Estética del abandono

Muchas veces tendemos a juzgar a las personas por su desaliño. Es un criterio peligroso y frecuentemente equivocado. Detrás de una apariencia un tanto despreocupada ... puede esconderse un bohemio, alguien que no concede mucha importancia al aspecto exterior y que sólo lo cuida en determinados momentos: un acto concreto, la visita al médico como se decía antiguamente, unas gestiones que considera de interés. No significa en modo alguno que esa persona que descuida su imagen sea una persona que también descuida su aseo. No sé si se podría hacer un comentario parecido cuando hablamos de las ciudades. Paseamos por sus calles y vemos viejos edificios sobre los que ha actuado el paso del tiempo dándoles esa pátina que los ennoblece. Conviven con la frescura de los nuevos y su apresto de modernidad, de lo recién estrenado. Así también los comercios. Junto al histórico que conserva sus escaparates con los rótulos conocidos, aparecen los más novedosos, acaso de una franquicia o con la promoción de algún producto. Calles, comercios, fachadas, acompañan nuestros pasos. Convocan nuestra mirada. Frecuentemente su aspecto es lamentable. El abandono se hace evidente. Los carteles sobre las paredes se superponen y en ocasiones sobre los escaparates de los establecimientos cerrados. En su interior y en los escaparates retranqueados se acumula correspondencia y publicidad indiscriminada. La imagen es desoladora. En algunas calles, la sucesión lamentable de locales cerrados, con la estética del abandono debido a ello, fincas y solares convertidos en basureros improvisados, producen una impresión de ciudad deshabitada. Especialmente los días de lluvia y viento que van arrancando fragmentos de papel de la cartelería de los muros dejando sobre ellos un 'decollage' confuso. La fealdad como metáfora de un estado de ánimo.