Gutiérrez Aragón

Y, claro, no podía dejar de recordar momentos de su infancia y juventud que tanto tuvieron que ver en la construcción del imaginario que luego pesaría sobre sus proyectos cinematográficos y literarios posteriores. ¿Qué creador no construye desde la memoria? Cuántas imágenes hemos visto en la gran pantalla, cuántas nos han sugerido las páginas de los libros realizadas por autores que han rastreado en su memoria, a veces sin ser conscientes de dónde procedían pero que estaban latentes de un modo impreciso. Gutiérrez Aragón nos habla de su familia, sus dos ramas familiares, la cubana y la torrelaveguense, su largo periodo de enfermedad en la cama («isla de natillas y penicilina»), sus cuidados entre algodones, la relación con su padre veterinario, con sus tías, sus primeras lecturas y su diaria asistencia al cine (Teatro Principal), las narraciones a sus hermanos. Son los primeros capítulos de unas memorias impecablemente escritas los que aluden al recuerdo de nuestra ciudad. Su traslado a Madrid, la Escuela de Cine, las relaciones con intelectuales, creadores y políticos, sus viajes y la trastienda de los rodajes de sus películas, van extendiéndose a lo largo de estas densas memorias. Cuidado lenguaje, dosis de humor, cierta ironía en ocasiones, anécdotas reveladoras de diferentes personajes, hacen que el libro se lea con placer además de profundizar en una de las personalidades más importantes de la cultura española y sus obras.