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Estos días, con motivo de la intensa sequía que estamos padeciendo, al ver el descenso del nivel de los pantanos, afloran en algunos de ellos restos de edificaciones, las pocas que no se demolieron al construirlos. Es frecuente ver iglesias o las agujas de las ... mismas. En su momento se planteaba si dejar los edificios como estaban o derribarlos. Estremece ver la memoria de los pueblos borrada. Esa imagen me viene a la cabeza cada vez que circunvalo por la autovía la Sniace. Contemplar el derribo, día a día, y el achatarramiento de naves y otras instalaciones. Desoladora la estampa que puede verse. Me recuerda a las fotografías de los bombardeos de Beirut de Basilico, las que recibimos hoy de las ciudades de Gaza. Claro que no encierran la tragedia bélica de estos conflictos, pero sobrecoge ver las ruinas y el aplanamiento de los espacios que albergaron una de las empresas referencia de una época histórica para la industria y la economía. El sentimiento será más intenso para aquellos que trabajaron en la factoría y sus descendientes, algunos vecinos de las viviendas construidas por la empresa próximos a ella. La desaparición de Sniace es un drama sentimental añadido al económico. Cuánta memoria abatida con grúas y trasladada en camiones hacia el olvido. ¿Se habrán salvado algunos elementos (maquinaria, aparatos de medida...) de sus procesos de producción? ¿Se habrá documentado su trayectoria? ¿Conservarán algún referente icónico como arqueología industrial? Nos quedarán al menos los textos sobre la firma, ahora fundamentales, de Soledad Nogués, Sara del Hoyo y Javier Ortíz Sal. Bueno sería ampliarlos con un documental que recogiera testimonios de trabajadores. Memoria histórica y emocional de la ciudad en la espera de la fábrica de hidrógeno verde.

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