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Estrenado el invierno, el relativo buen tiempo invita a salir a la calle, compartir alguna consumición con los familiares que nos visitan, con amigos que cumplen el rito de volver a la ciudad donde pasaron acaso los mejores años de su vida, o los más ... recordados. Pero también para cumplir con la tradición de las compras de los regalos navideños. Qué pereza. O qué ilusión según los casos. Muchos rompederos de cabeza. Qué le regalo este año. Esto no, que se lo regalé hace dos. Entre lo práctico y lo prescindible… pero es tan bonito que seguro que le gusta. Así todos los años, juguetes, ropa, objetos van ocupando espacio en nuestras casas y haciendo cada vez más necesarios los trasteros, que se convierten en almacén y memoria de nuestras vidas. Jesús Munárriz, en su libro 'Y de repente Rimbaud', escribe en el poema 'Cosas': «Guardamos cosas. ¿Para qué guardamos / cosas? Cosas sin uso, chismes varios, / objetos con un cierto parentesco, / familias de bobadas». Muchas de ellas de un disfrute efímero, como suelen ser los productos de moda. Continúa escribiendo Munárriz: «No sabemos qué hacer con las cosas. / Las compramos porque nos las venden, / nos las venden porque hay que venderlas / para hacer que funcione el sistema…». Algunas, con el paso del tiempo, adquieren un valor sentimental más allá del precio que tuvieron y nos acompañan siempre. Esos pequeños objetos o fotografías que están en los anaqueles de las bibliotecas personales como si constituyesen un irregular ejército y que nos llevan al recuerdo de quien nos los regaló. Frente a ellos, la desmesura, el regalar para no quedar mal (ande o no ande, caballo grande). «El sistema / necesita comprar y vender / o se para. Así son las cosas», finaliza su poema Munárriz.

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