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Un dólar y ochenta y siete centavos. Eso era todo. Céntimos ahorrados, uno por uno, discutiendo con el almacenero y el verdulero y el carnicero hasta que las mejillas de uno se ponían rojas de vergüenza. Y al día siguiente era Navidad. Ella dejó de ... llorar. De repente se alejó de la ventana y se paró ante el espejo. Soltó con urgencia su cabellera y la dejó caer cuan larga era y brilló como una cascada de pardas aguas. Se puso su vieja y oscura chaqueta, su viejo sombrero, abrió nerviosamente la puerta, salió y bajó las escaleras para salir a la calle. Donde se detuvo se leía un cartel: «Mme. Sofronie. Cabellos de todas clases». ¿Quiere comprar mi pelo? preguntó ella. Veinte dólares, dijo Madame. Y ella empezó a mirar en busca del regalo para él. Al fin lo encontró. Era una cadena de reloj, de platino, de diseño sencillo y puro. Cuando llegó a casa, miró su imagen en el espejo con ojos críticos, largamente. La puerta se abrió y entró él. Sus ojos se fijaron en ella.
¿Te cortaste el pelo? Me lo corté y lo vendí. Pasada la primera sorpresa, él sacó un paquete del bolsillo de su abrigo y lo puso sobre la mesa. Allí estaban las peinetas que ella había estado admirando durante mucho tiempo en aquel escaparate. Mi pelo crecerá muy rápido. Él no había visto aún su hermoso regalo. Ella lo mostró con vehemencia. Dame tu reloj. Quiero ver cómo se ve con ella puesta. Él le dice: vendí mi reloj para comprarte las peinetas. Este resumen del conocido cuento del escritor estadounidense O. Henry merece tenerlo presente al ir a comprar los regalos. No por más caros son mejores. Nos proyectamos en los regalos que hacemos. Luego pasarán a ser recuerdo, memoria viva. Por ejemplo, un libro.
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