El campo

Unos días antes había estado en Asturias y, quitando el color de la tierra y el clima, el trabajo de las personas que se dedican a la agricultura y a la ganadería tiene mucho en común en todo el mundo y, por supuesto, en las comunidades autónomas que conforman España. Misma dureza, misma pobreza, mismo desamparo y mismo desconocimiento por parte del resto de la población, que hace mucho tiempo ya que olvidó sus orígenes campesinos. Mientras en toda España se llevan meses hablando de inflación y de lo que eso significa en el aumento de los precios en los productos alimenticios, no han sido precisamente quienes se dedican a esos trabajos los beneficiarios.

El dueño de una gran cadena de supermercados reconoce la subida de los productos «una burrada», utilizando sus palabras, que fueron acompañadas con otras no menos significativas: «Si no lo hubiésemos hecho, el desastre que hubiésemos generado en la cadena de producción hubiera sido impresionante».

Contempla, este empresario, algunos de los pasos en esa cadena, pero se olvida de las personas que aran la tierra, las que la trabajan y a quienes les continúan pagando una auténtica miseria por todo aquello que producen.

Quizás por ello no está de más recordar aquí la canción de Horacio Guaraní: «Soy martillo, hacha, tenaza, pinza, cuchara y azada. Yo soy el dueño de todo/ pero nunca tengo nada. ¡El día que yo me canse/ van a arder las llamaradas!».