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Al lado de la entrada de un campo de fútbol, en el que cada fin de semana quienes forman parte de un equipo de barrio ponen lo mejor de sí mismos compitiendo con sus iguales, puede leerse una pintada que dice 'juega al fútbol no ... apuestes'.
Ahora leo que cada semana las familias españolas gastan más de 50 millones de euros en juegos 'on line' y, según datos facilitados por la Dirección General de Ordenación del Juego, el 80% de las personas que apostaron perdieron dinero y menos de un 0,85% de ellas ganaron más de 3.000 euros anuales. Sin embargo, pese a la tozuda realidad, se continúa jugando y el problema al que se ven expuestos tanto quienes juegan (muchos más hombres que mujeres) como sus familias, crece de manera imparable.
Un amigo muy querido me contó el calvario vivido por su adicción al juego: llegó un momento, me dijo, en el que su única obsesión era jugar y la manera de obtener dinero para continuar haciéndolo, a la vez que intentaba no ser descubierto mientras las pérdidas económicas eran cada día mayores.
Como en la canción de Sheryl Crow pensaba 'puede tomar esta mano perdedora/y haz que gane', pero normalmente eso no ocurría y su vida se transformó en un infierno del que le costó años salir y en cuyo camino encontró muy poca ayuda. Con otras adicciones la sociedad suele ser más permisiva, me cuenta, pero ante «un negocio que en España deja 7.600 millones de euros», es muy difícil que la onda de David frente a Goliat alcance su objetivo.
No soy yo quien juzgará, y mucho menos condenará, a quienes encuentren en las apuestas su válvula de escape, pero no deja de apenarme una realidad que afecta a cientos de miles de personas en este país y en tantos otros, frente al sonoro silencio, siempre cómplice, de una sociedad enferma.
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