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Entre un grupo de personas amigas de muchos años, se suscita una conversación relacionada con la celiaquía, una enfermedad que en España afecta a un 2% de la población, lo que significa la nada desdeñable cifra de aproximadamente 900.000 personas, que en un porcentaje ... muy elevado ni siquiera están diagnosticadas.
Una de nuestras amigas, celíaca, nos explica que cualquier producto, por el mero hecho de no estar fabricado con harina de trigo, se grava en una cantidad, calcula, que multiplica su precio por tres y nos pone un ejemplo de esta misma semana: tres mini palmeras le costaron tres euros con noventa céntimos, y antes de que nadie pueda replicarle que esos pastelillos pueden verse como algo superfluo, insiste en que no se puede definir así el pan, las galletas para el desayuno o tantos otros alimentos necesarios en cualquier cesta de la compra, lo que lleva a esta mujer a denunciar la situación como un abuso al que nadie pone coto.
Pese a sus razonamientos, hay quien argumenta que las personas celíacas no deben tener un trato de excepción, y pone como ejemplo a las personas que necesitan usar gafas o lentillas, a las que jamás se les ocurrió solicitar que el Estado se hiciese cargo de ese coste, y el tema de la vista lleva a debatir el precio de los aparatos auditivos, sin los cuales muchas personas acaban aisladas del resto del mundo y que, pese a disponer de algunas ayudas, tampoco son ni suficientes ni universales.
No hay acuerdo en las conclusiones porque quienes sufren de celiaquía hablan de un problema económico diario, y para toda la vida, y los otros gastos, en su opinión, son únicos.
En cualquier caso, pude pensarse que al menos un par de millones de personas con enfermedades de este tipo (y a las que se podrían sumar algunas enfermedades más) no oyen hablar de búsqueda de soluciones a sus problemas, lo que no deja de sorprender en un país que vive en una permanente campaña electoral. Parece, entonces, que los partidos no tienen muchas ganas de abordar los problemas que de verdad sufre la ciudadanía, y prefieren enrocarse y llevarnos a los demás a una crispación continua. Y así nos va.
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