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El problema de la tardía emancipación juvenil española es algo que padecemos desde los inicios de nuestra democracia y que no ha mejorado: Cantabria viene ... sufriendo una de las peores tasas por Comunidad de un Estado español que, a su vez, ostenta una de las peores tasas de emancipación juvenil de Europa. El paro y la precariedad laboral juvenil, la prolongación de los estudios, los altos precios de la vivienda, la falta de un mercado asequible en alquiler… todo ello afecta directamente al retraso emancipatorio y produce el efecto de que, quienes deseen emanciparse, deban hacerlo en condiciones materialmente peores de las que disponen en su hogar familiar.
Esta situación está teniendo consecuencias y dando lugar a diversos fenómenos sociológicos como: nuevo período vital –entre los 25 y 35 años– durante el cual se es 'medio joven y medio adulto' (independiente de la familia pero sólo para algunas cuestiones); extensión de los 'cohabitantes de fin de semana y vacaciones' (parejas de novios que viven con su familia pero mantienen relaciones íntimas); 'subemancipaciones' (procesos de abandono –para ir a estudiar fuera, a convivir con pareja o amigos– con posterior regreso al domicilio familiar); 'semiemancipaciones': jóvenes que abandonan el nido, pero siguen acudiendo para que les ayuden a solventar diferentes problemas domésticos (comida, lavado de ropa, cuidado de niños…); así como el desarrollo de una nueva condición juvenil, en la que –a falta de vivienda– buscan sus espacios propios en la noche del fin de semana, mientras desvían el gasto que se ahorran al no alquilar una vivienda, hacia dicho consumo y ocio juvenil…
Las razones de esta peor situación de nuestra juventud en relación a la mayoría de países occidentales, son principalmente de carácter socio-económico. Los estudios empíricos muestran que en aquellas Comunidades Autónomas –o durante las fases económicas– en que mejoran los índices de paro juvenil, también lo hace la emancipación. Y que los jóvenes desearían emanciparse antes, pero se ven impedidos por su incapacidad económica y por las escasas ayudas públicas existentes, a diferencia de otros países donde la situación es menos grave.
No obstante, no hay que desdeñar otras razones referidas a factores culturales, ya que muchos jóvenes –que sí disponen de un sueldo digno– optan conscientemente por prolongar unos años su condición juvenil. Mientras en otros países los jóvenes adoptan una mayor variedad de formas de convivencia (familias monoparentales, solteros viviendo solos, parejas homosexuales, amigos que comparten piso...), en España –y Cantabria– estas opciones siguen siendo muy inferiores al modelo familiar clásico de matrimonio con hijos.
Pero estos factores culturales no sólo se refieren a las mentalidades y actitudes de los jóvenes, sino del resto de la sociedad: mientras en otros países los padres 'presionan' para que los hijos abandonen el nido, en España no es tan común. Además del frecuente 'síndrome del nido vacío', todos conocemos el temor de algunos padres al 'qué dirán' si los hijos optan por irse a 'malvivir' con unos amigos, en lugar de esperar a casarse e independizarse 'de verdad'. En ocasiones incluso se produce un cierto 'chantaje encubierto' que vincula la ayuda económica parental al matrimonio.
Otro ejemplo: un joven norteamericano que se emancipara con 31 años (edad media española) sería sospechoso socialmente de 'tener algún problema' –propio o familiar–, mientras que en nuestra sociedad cántabra un joven que se emancipase con 20 años –algo común en USA– podría dar lugar a esos mismos 'chismes' de que 'algún problema tendrá el chaval o la familia'.
Esta cultura tiene su translación en la agenda política. El modelo de Estado del Bienestar español se ha caracterizado tradicionalmente por dirigir las ayudas al cabeza de familia o bien a otros sectores sociales más organizados y con mayor 'peso electoral': vecinos, ancianos, mujeres…
Tanto el 15M como las recientes movilizaciones juveniles por una vivienda digna suponen una señal de alarma que –de no ser atendida– puede incentivar otros daños colaterales ya existentes: desdén escolar, anomia juvenil, problemas psicológicos, adicciones de nuevo y viejo cuño, desafección política y atracción por opciones demagógicas y 'ultras' …
Estamos ante un problema complejo y multi-factorial, cuyo abordaje requeriría de los distintos actores sociales implicados (instituciones, sociedad civil, jóvenes…) y de cambios institucionales y socio-económicos, pero también en las mentalidades. Ahí cobra fuerza la idea de 'solidaridad generacional': el replanteamiento respecto qué sociedad y qué mundo queremos dejar a nuestros descendientes.
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Ana del Castillo
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