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Transcurrido un tiempo desde los hechos, y una vez parece que las instituciones educativas y judiciales están tomando cartas en el asunto, me gustaría aportar ... una reflexión – más pausada y sociológica– distinta y complementaria a los ríos de tinta que ha suscitado este triste y grave suceso del menor con parálisis cerebral agredido en un instituto de Santander.
Partiendo de que cualquier forma de acoso escolar (bullying) –haya o no violencia física– debe ser condenado y atajado con 'tolerancia 0'; la primera reflexión que me viene a la mente está relacionada con la teoría de los Situacionistas de mayo del 68, cuando se referían a las «sociedades del espectáculo» en que vivimos. Sólo una sociedad donde el 'postureo' y el 'morbo' estén a la orden del día, puede producir hechos como que los menores agresores se auto-grabasen y compartiesen el video, hasta llegar a la 'prensa ( Ana) rosa', que también difundió las imágenes.
Estos fenómenos de 'violencia juvenil mediática' se repiten periódicamente: surge un hecho lamentable, los medios lo cubren y magnifican (combinando afán informativo con búsqueda de morbo), lo cual genera 'pánico mediático' y alarma social. Todo ello suele tener el efecto positivo de que el problema entre en la agenda política y se le preste atención, pero también otros: durante un tiempo todo el interés de los medios se concentra en un hecho aislado como si fuera algo habitual; se generaliza e incrimina a todo el colectivo joven o adolescente; y pasado un tiempo –en que la noticia ya no vende– el problema 'desaparece' y parece dejar de existir, pasando a ser sustituido por otro más 'candente'.
El debate que se genera en estos casos suele moverse entre dos posturas incorrectas: la minimizadora (no es para tanto) o la alarmista (los adolescentes de ahora son violentos). En realidad, es difícil determinar empíricamente si crece la violencia escolar, ya que el bullying es un problema social al que se presta verdadera atención, en España, desde inicios del siglo XXI, a raíz del Informe del Defensor del Pueblo del año 2000. Pero no hay duda de que estamos ante un fenómeno que siempre ha existido, y que la violencia en el aula (incluida la ejercida por los profesores) era mucho mayor en generaciones anteriores a la etapa democrática.
Por otro lado, estas voces alarmistas perciben a la juventud como 'problema' cuando en realidad es la juventud quien sufre esos problemas –en este caso los de violencia juvenil o escolar–, siendo muy minoritarios los que la ejercen. De hecho, la respuesta del resto de alumnos manifestándose a las puertas del instituto y apoyando al agredido es una prueba de ello, aunque –como noticia– venda menos.
Dicho lo anterior, en algunos países occidentales parece darse un crecimiento en las últimas décadas de actitudes adolescentes –también minoritarias– que son intolerantes con otros sectores sociales a los que consideran más débiles (por ejemplo, personas con discapacidad o de otra etnia) y complacientes con la violencia. Sin embargo, tanto el país como la comunidad y la ciudad donde ha 'explotado' este caso, no destacan precisamente por sus altos índices de inseguridad o delincuencia/violencia juvenil, sino todo lo contrario.
Ciertamente durante la adolescencia y primera juventud se suele manifestar el gusto por las situaciones de riesgo y por comportamientos transgresores de las normas, que en ocasiones puede derivar en pandillismo y actos vandálicos o agresivos. Pero estas actitudes suelen desaparecer al llegar al mundo laboral, universitario o de pareja. A partir de ese momento, si persisten las agresiones, suele tratarse de casos más graves y preocupantes.
Las causas que hay detrás de ese sector de la juventud más anómica y violenta son multifactoriales y así deben tratarse, interviniendo integralmente en los distintos ámbitos.
Además de factores personales (drogas, xenofobia, falta de tolerancia a la frustración y de habilidades sociales…), suele haber detrás factores familiares (carencias afectivas, familias desestructuradas, educación excesivamente autoritaria o permisiva, marginación social…); grupales (alta dependencia emocional respecto al grupo como modelo de conducta y valores); escolares (fracaso escolar, desdén escolar ante un futuro oscuro); mediáticos (exposición a TV, videojuegos y otras pantallas donde se 'normaliza' la violencia)…
Sin olvidar los factores sociales: en una sociedad que les condena a ser 'generación perdida' y sólo les concede protagonismo a la hora de consumir, cabe analizar –metafóricamente– estos episodios violentos como una alarma, un grito o llamada de atención por parte de una juventud frustrada, desilusionada y temerosa de su futuro.
Luis Ruiz Aja es licenciado en Ciencias Políticas y Sociología y Experto en Juventud y Políticas juveniles
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