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EL ENIGMA CANTABRIA ·
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EL ENIGMA CANTABRIA ·
En todas las peripecias políticas y económicas de los primeros cuarenta años de la autonomía de Cantabria subyace un doble déficit: de espíritu regional y de visión foramontanaCantabria estrenó su autonomía un lunes. Ese día, en artículo de portada, el director de la 'Hoja del Lunes', José Ramón San Juan, escribía: «La autonomía nos concede ciertas posibilidades de autogobierno, o, por mejor decir, de autoadministración, y en consecuencia elimina, en buena parte, ... el celebérrimo derecho al pataleo contra el centralismo del que veníamos usando y abusando, como si aquí, entre nosotros, toda jerarquía y/o representación careciera de responsabilidad».
Cuarenta años después, el pataleo contra el centralismo es casi la única política existente, desde el nivel más alto que buzonea en Moncloa hasta el pastor que en las brañas aúlla por el lobo. ¿No atestigua ese pataleo un incumplimiento global de la autonomía? Aporreamos la ventanilla de reclamaciones por tantos 'deslogros' que gravitan amenazadores (esta semana se habló de potencial inviabilidad de la autonomía, ¡nada menos!) sobre la circunscripción que el publicista republicano Antonio Coll y Puig describió ocurrente como «una foca vista de perfil».
Ante todo, la paradoja: si tras cuarenta años todos los obstáculos se cifran en lo que hace o deshace 'Madrid', entonces la autonomía no ha sido tal. Estamos en una hiperdependencia aún más fuerte, por solapada y sutil, que la que sufría la provincia de Santander.
Incapaz de resumir 14.610 días en mil palabras, me limitaré a esbozar dos rasgos estructurales de esa trayectoria. Lo primero es notar que, como la mayoría de la sociedad, aunque se dejó persuadir por sus élites locales (unas convencidas, otras 'convertidas', todas interesadas), era poco autonomista, luego no fue muy analítica al votar la cosa autonómica. Hasta la llegada del presidente Martínez Sieso en 1995 por una especie de conjunción astral (inhabilitación del candidato Hormaechea en la madrugada electoral; abstención de tres diputados de IU, que no querían repetición de comicios), aquello había sido una crisis tras otra, empezando el día de 1982 en que los candidatos de UCD Justo de las Cuevas y Leandro Valle padecieron la coalición de parte del centroderecha con el PSOE. Continuó con las graves crisis de José Antonio Rodríguez y Ángel Díaz de Entresotos, y con las accidentadísimas legislaturas de Juan Hormaechea. Por el camino, un cementerio de siglas: Radicales por Cantabria, PDP, UPCA, CDS, Partido Nacionalista. Aún en 1995-1999 se descompuso la representación de IU, tornada IDCAN. Los emergentes volvieron a las andadas en 2015-2019: se rompieron Podemos y Ciudadanos (Ola Cantabria). El 'ismo' más frecuente en la autonomía ha sido el 'transfuguismo', con escudo jurídico inexpugnable y retórica 'prêt-à-porter', como el escaño.
Pero nunca culpo a los políticos. A todas esas personas las hemos votado nosotros. La falta de acierto es nuestra. ¿Por qué? Porque no creemos que Cantabria tenga un objetivo en la vida ni en España. Eso lo ha creído muy poca gente, como el rector Gutiérrez Solana. Para mí, la prueba del algodón es que la gran fortaleza de los antiguos cántabros, Amaya, le ha importado un pimiento a todo el mundo. Es, mutatis mutandis, como si a los atenienses no les interesase la Acrópolis. Sentimiento regional superficial, pues. El plus de folklore existía ya sobradamente cuando éramos La Montaña y no es la autonomía quien inventó el sobao.
A falta de vocación, solo resta marketing político para excitaciones en época de celo electoral. Hoy es un túnel en El Escudo, mañana uno de Somo a Santander, pasado mañana un 'avetrén' a Bilbao. Cuanto más grande la foca, mejor recubre el vacío de identidad proyectiva.
Pero una verdadera región necesita vocación. Que un partido u otro se denominen 'regionalista', 'cantabrista', 'montañesista', 'nacionaliegu' o chiripitifláutico es lo de menos. Lo que importa es la cultura política, su orientación, sus prioridades. Con ese criterio el presidente Martínez Sieso se enfrentó a su propio Gobierno central para que financiase íntegramente el nuevo Valdecilla (aún vive de aquel gesto toda la autonomía, pues sin adecuada financiación sanitaria todo se habría arruinado hace ya años). Pero no ha habido más con ese imperativo categórico: ni el electorado se lo ha exigido a ninguno. Ello agrava el segundo rasgo, que paso a comentar.
Elegimos ser una comunidad periférica pequeña, pero no la imprescindible estrategia compensadora de ese hándicap. Políticamente, esto nos ha llevado a pulsiones neocaciquiles. Se hacen menos políticas que favores. Económicamente, ha sido perjudicial. En 1975 la provincia de Santander tenía el 122% del PIB per cápita medio de España; en 2019, la región cántabra sólo un 94%.
Cuando se discutió en las décadas de 1920 y 1930 la posible regionalidad cántabra, un participante, buen conocedor del Puerto de Santander, llegó a sugerir que la región habría que formarla no sólo con Castilla, sino además con Madrid, puesto que el eje desde la capital podía garantizar la prosperidad. En 1982, ya no era necesaria esa inclusión: hubiese bastado con desarrollar una 'política exterior interior', es decir, costumbres de cooperación con dichas comunidades. Como no hemos tejido jamás esas alianzas (hacemos ahora algunas a la desesperada; los dioses arrastran a los remisos), hemos sufrido por insularidad derrotas severas.
La primera: Vizcaya nos ha comido la tostada no sólo en el eje viario y ferroviario con el Mediterráneo, que ya tiene garantizado en Europa (si 'Pick' y el doctor Madrazo levantasen la cabeza...), sino también en la propia Castilla. La segunda: Castilla y León es la comunidad líder en educación; Madrid, la más abierta e innovadora. Descoordinados con ellas, somos de los últimos en investigación e innovación, y de los primeros en presión fiscal. Unos fenómenos.
La noticia del 40º aniversario es que se quiere mermar nuestra financiación autonómica en tropecientos millones de euros al año y reintroducir el impuesto de sucesiones para machacar a viudas e hijos de la clase trabajadora. Pero usted no saldrá en manifestación por nada de esto. ¿Me equivoco? ¡Ojalá!
Así, subyace en toda esta evolución de cuatro décadas un déficit doble: de espíritu regional y de visión foramontana. Cantabria no celebra esta efeméride con euforia. ¿Será por caer en martes? ¿Fatiga covid? ¿O sencillamente por honestidad? Exploraremos el botiquín de antidepresivos en el próximo artículo.
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