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Cómo es el dicho?: Madre no hay más que una... Aunque habitualmente el refranero suele reflejar la realidad, tal vez se pueda ser madre de diversas maneras, pero sentirlo sólo de una. Quienes lo sean o lo ejerzan a buen seguro lo sabrán.
Es ... madre la seño que nos instruyó en las primeras letras, la farmacéutica que conoce mejor que nosotros mismos nuestro pastillero y la dueña de la tienduca que nunca falla cuando nuestra memoria flaquea. Pero todas ellas son hijas, algunas de una madre que ya no las conoce, que con la mirada perdida mira la tele o que vive un presente repleto de los recuerdos del ayer.
La generación de la guerra y la postguerra, que tantas lecciones nos ha dado, nuevamente, en esta realidad aumentada que nos abofetea cada día, nos ha puesto frente al espejo con su entereza y serenidad. Una generación repleta de hijas, madres y abuelas fuertes, aguerridas, pioneras y emprendedoras. Sin necesidad, en muchos casos, de etiquetas manidas e interesadas.
La zapatilla voladora, la llamada intempestiva en pleno juego, el olor de nuestra comida favorita, la mirada nocturna, furtiva y protectora tras la puerta... Todos y cada uno conforman a fuego nuestra historia personal, nuestra vida y la suya.
Conozco a muchas madres, y posiblemente a más hijas, que superan con creces los estereotipos televisivos. Ni lo tuvieron fácil antes, ni lo tienen fácil ahora, y por definición el futuro será incierto. Las veo luchar cada día desde la determinación y la superación, y las escucho alto y claro.
De madre ni se dimite, ni se jubila, ni tan siquiera se pide tiempo muerto. A la madre se la invoca con el ¡madre mía!, como mantra de incredulidad, de asombro o dolor, y cuando se le menta a uno a la madre, entonces se le sube la sangre a la cabeza y da gracias a la propia de no haber nacido en Dakota del Norte, porque sacaría el Winchester y aquí paz y después gloria. Incluso las suegras son madres... Relegadas a un papel no siempre grato y que hacen las delicias de nuestra vis cómica ibérica, en la que podrá faltar de todo, salvo el humor, la ironía y la sátira. Anteayer tenías dieciocho años, los veranos eran eternos y la casa familiar era en realidad una pensión con pulsera de todo incluido. Pero tras un par de pestañeos te oyes a ti misma y no te reconoces, repitiendo frases que nunca creerías que dirías, como en tu 'Cuéntame' particular: El día que no esté; un día cojo la puerta; si voy yo y lo encuentro... Es este un minúsculo tributo a la mujer estoica, de brazos fuertes, de creencias arraigadas y fe inquebrantable, de sacrificios infinitos y amor familiar. En realidad, un reconocimiento a mi madre, que ya apenas si me recuerda, pero también a todas y cada una de nuestras madres.
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