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Madrid no es solo la cuna de la intelectualidad como dice el estribillo, ni es solo la tierra del cocido a donde van nuestros hijos a ganarlo. Es también referente y motor de nuestra economía maltrecha y lugar estratégico de encuentro y allí confluyen, confluimos, ... las energías de la cultura, del arte y de los negocios en un territorio común. Madrid es de todos y sin duda nos sentimos un poco castizos.
Por ello han tenido tanta repercusión sus comicios del pasado miércoles, y por ello tendrá tanto valor en el futuro el resultado de las votaciones que ejerció masivamente el pueblo madrileño en su llamada a las urnas. La implicación del presidente del Gobierno y de las fuerzas políticas en la campaña certifica valor añadido a los resultados tan explícitos que salieron de la consulta, en momentos tan especiales dentro de una enorme crisis sanitaria, luego económica, después social en la que nos encontramos sumidos, de un incierto final y que coincide con políticos de bajo nivel llevando las riendas, que ya es mala suerte. Se muestran pequeños cuando necesitábamos gigantes.
Requerimos aire fresco libre de contaminación interesada, necesitamos algo mítico que reconduzca nuestros desvelos, nos afirme como nación y nos devuelva la esperanza. En España se han creado tres de los más grandes mitos de la historia: don Juan, Carmen -que es francés pero por una vez lo hemos hecho nuestro-, y Don Quijote. Necesitamos uno más, el de la ilusión que restituya la unión, conceda estabilidad y restablezca la dignidad. No es difícil suponer que pasados los comicios y con un resultado tan contundente comenzáramos a observar como reaparecen las respuestas evasivas acerca de preguntas incómodas que no se pudieron formular en campaña malversando nuestra indignación:
¿Cómo van a distribuirse los fondos de reconstrucción que lleguen de Europa?, ¿será de forma asimétrica?, ¿va a indultarse a los sediciosos malversadores catalanes?, ¿se va a reunir el Gobierno de España de igual a igual con el Gobierno autonómico de Cataluña?, ¿se va a eliminar a la Guardia Civil de Tráfico de Navarra?, ¿se va a acercar al País Vasco a todos los presos etarras concediéndoles privilegios y permisos dada la transferida gestión en Prisiones?, ¿se va a dejar de subvencionar la enseñanza concertada?, ¿se van a suspender las ayudas a la enseñanza especial?, ¿cuánto van a subir nuestros impuestos?, ¿se dejará sin beneficios la declaración conjunta?
Todas estas preguntas y alguna más no tienen todavía respuesta a consecuencia de las elecciones madrileñas y, sin duda, serán respondidas a conveniencia en próximas fechas. Pero después de lo sucedido en Madrid esas respuestas deberían de producirse en nuevas elecciones generales que nos digan fielmente lo que los españoles piensan para poder impulsarnos de nuevo y recomponer un país herido por la pandemia, los separatismos, la convulsión social y la incomprensión.
«A manos llenas he recibido, a manos llenas doy» ( Le Corbusier ), quedó plasmado en el monumento de Chandigarh a los píes del Himalaya. Con esta reflexión deberían los gobernantes actuales afrontar una nueva realidad.
Vayamos a elecciones con generosidad y abandonemos el guerracivilismo que con crueldad irrumpió en la campaña madrileña con fantasmas del pasado bajo sábana blanca tan siniestros como irreproducibles.
La historia de las naciones son ficciones verosímiles, nunca verdades completas. Nada más negativo que una guerra civil, una guerra entre hermanos como la que vivimos. Siempre hay errores y mentiras en el alimento de una guerra y si se trata de una guerra civil se suma además la ignominia.
La política española está bañada todavía de guerracivilismo como quedó demostrado en las elecciones del pasado miércoles. Se reeditó todavía en ellas la reivindicación de la democracia y de la libertad, contraponiendo fascismo y comunismo, ¿pero todavía estamos en esas?
Otra vez un frente popular, otra vez derechas e izquierdas, otra vez odio y sinrazón en lugar de proyectos. El estigma de las dos Españas no ha desaparecido de la vida política ni de la convivencia. Son ya muchas las generaciones que van sucediéndose cuando ya tendría que tratarse de una historia amortizada, de un mal sueño.
Al fin, nuestra impecable y reconocida Transición tampoco fue capaz de dar carpetazo del todo y a todo cuando creímos que esa era la fórmula perfecta y forzamos su aplicación con generosidad infinita. Pero hoy vemos que fue insuficiente y, por lo tanto, deberían de adoptarse medidas correctoras.
Las dos Españas siguen teniendo fronteras y además con fielato, un sinsentido. Deberían de ser nuestros políticos más cuidadosos en la confrontación ideológica del pasado cuando se olvidaron ya fuera de nuestras fronteras los grandes conflictos europeos y mundiales, mientras nosotros erre que erre en nuestras aldeas con nuestras cuitas a consecuencia de soflamas políticas que alimentan el odio y la separación en momentos tan decisivos como los que estamos viviendo.
Ya eliminamos con estos comicios a algún político pendenciero, vayamos pues a elecciones generales e invitemos a más gente a subir y a bajar del barco y pongamos ritmo y melodía a nuestra convivencia para seguir creando una canción inolvidable en una empresa común atractiva y duradera.
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