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Creo que fue Mario Vargas Llosa quien dijo que de joven escribía con la rigidez de la manga larga, el cuello almidonado y como si tuviese gemelos colocados en los puños de la camisa. Años más tarde, literariamente maduro, comprendió que para contar historias ... que llegasen a la gente con facilidad lo mejor era utilizar la manga corta y abandonar los adornos literarios. Sin descuidar ninguno de los dos, debería prevalecer el mensaje sobre el estilo. El fondo sobre la forma.
José María Pérez, Peridis, siempre ha actuado de forma similar. En su profesión de arquitecto apostó desde el primer momento por las casas «vivideras» antes que por las de diseño, y cuando recuperó edificios antiguos lo hizo respetando la historia de las piedras y señalando con claridad dónde había intervenido su mano reparadora. También ahora, como escritor, ha elegido el camino de la sencillez. Trabaja en ambas disciplinas respetando la belleza de lo cotidiano, porque mantiene que tanto la arquitectura como la literatura -y más en concreto la novela- tienen como misión fundamental rescatar del olvido. Lo demás, sobra. «Por eso sigo escribiendo -dice-, para no olvidar historias que están esperando a que alguien las cuente».
Su última obra, 'El corazón con que vivo', está compuesta desde esa filosofía, tras la experiencia de su andadura anterior por otros libros, tres de ellos novelas históricas. En esta ocasión no pretende recuperar tiempos remotos, sino contar por escrito lo que le relató de palabra, en un viaje de tren, un caballero -«un médico más en una familia de médicos»-, sobre las desdichas de su familia durante la Guerra Civil, un desastre evitable que nadie quiso evitar y que de la noche a la mañana convirtió en enemigos a quienes poco antes eran vecinos. Afortunadamente no a todos, y eso fue lo que le cautivó de la historia. La situación que le refirió el viajero -que actúa en la novela a modo de «manuscrito encontrado» cervantino- era extraordinaria: dos familias de pensamiento político opuesto habían seguido manteniendo, pese a todas las dificultades, que el diálogo y el perdón eran indispensables -superando la guerra y el estallido deshonroso de una paz que los ganadores impusieron desde el odio- para seguir adelante y dejar atrás aquellos tiempos de oscuridad cuyos coletazos llegó a conocer en su infancia el propio escritor.
La historia que relata la obra es triste. La guerra y sus desastres, aun suavizados por el estilo siempre comprensivo y amable del autor, sirven de trasfondo para mostrar toda clase de injusticias, entre otras las que hicieron perder posesiones, titulaciones y dignidad a los vencidos, y, lo que es peor, en muchos casos la vida. La obra se sustenta sobre la columna vertebral de los diálogos de los protagonistas, que Peridis, tras muchos años de dibujar y escribir viñetas políticas, domina a la perfección. La novela es una denuncia encendida de la guerra y, sobre todo, de las posiciones inmisericordes y rencorosas de los ganadores -la llamada justicia (justicia al revés, decía Serrano Suñer) que instauró la maquinaria militar desde el terror de la victoria-. Pero también es una historia de esperanza. La unión final de los protagonistas de ambas familias dispares, para formar una familia nueva, supera sus diferencias ideológicas y anticipa el acuerdo que tuvimos muchos años después los españoles, cuando traspasamos el velo siniestro de la dictadura y decidimos volver a caminar juntos y en paz. Un acuerdo que ahora vuelve a peligrar por las posiciones irreconciliables de algunos, dados a olvidar la historia.
José María ha escrito esta novela para superar no solo ese olvido histórico, que nos puede llevar a otro desastre, sino para superar también el olvido que seremos nosotros mismos con el paso del tiempo. Y, al igual que hizo uno de sus protagonistas -Gabriel, que fue fusilado en la fosa común de un cementerio mientras apretaba en la mano un gemelo de oro para que lo identificasen si algún día alguien recuperaba sus restos-, utiliza los gemelos como recordatorio y cemento de toda la peripecia argumental. Como oro de la memoria y reafirmación ideológica.
Pero, pese a la importancia que tienen en la trama, el autor no los ha utilizado para vestirse de ceremonia. Ha preferido escribir la novela «en manga corta», desde la madurez vital y la cercanía al lector, para transmitirle así un mensaje claro y didáctico. Porque estima, con razón, que el valor de la página escrita no solo proviene de la elegancia literaria, sino también, y sobre todo, de que transmita una historia ejemplar y edificante. Como debe ser. Como, en su caso, es.
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