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Los lectores de El Diario Montañés pueden adquirir ahora semanalmente en los quioscos algo especial: una colección de libros con viñetas del inolvidable Quino protagonizadas por la inolvidable Mafalda. La oportunidad es magnífica, pues se trata de un personaje que ha trascendido a su ... autor del mismo modo que Don Quijote de La Mancha a Miguel de Cervantes, Charlot a Charles Chaplin y Hércules Poirot a Agatha Christie, por citar más casos significativos. Y es que hay obras tan perfectas que, escapándose del papel o las pantallas, adquieren entidad propia y acaban viajando solas por la eternidad. O sea, emancipándose de sus inspirados creadores, adquiriendo -qué prodigio- vida propia.
Quino acertó de pleno ideando a Mafalda, niña inconformista que cuestiona a fondo cualquier detalle, cualquier circunstancia cotidiana, convirtiéndose en el nuevo Pepito Grillo de la sociedad. Sociedad que, no nos engañemos, es la de hoy y será la de mañana, ya que las conductas humanas continuarán siendo por los siglos de los siglos idénticas a las que, para bien o para mal, se ven cada día en cualquier lugar del hermoso planeta Tierra. Sólo cambiará a la hora de ponerlas en práctica lo coyuntural. Mafalda, sembradora de filosofía, hechiza a quien contempla sus peripecias. Resulta imposible no encariñarse con ella cuando aparece con una tirita en las manos y se cuestiona: «Bueno, ¿y cómo hace uno para pegarse esto en el alma?» (¿quién no ha necesitado esa tirita unas cuantas veces?). O cuando en la primera viñeta pregunta: «¿Estás haciendo sopa, mamá?». Y escucha como respuesta un rotundo: «Sí». Ante el que, mosqueadísima, replica en la segunda: «Y se supone que querrás obligarme a tomarla, ¿no?». Para recibir como nítida respuesta: «Exacto». Y en la tercera muestra el puño cerrado, hablando enérgicamente del siguiente modo: «¡Pues tendremos una escena, porque últimamente le estoy perdiendo respeto a la prepotencia!». O cuando a la vera de su progenitora, que está metiendo ropa en la lavadora, pregunta: «Mamá, ¿qué te gustaría ser si vivieras?». O cuando mantiene el siguiente diálogo: «Pero..., ¿por qué tengo que hacerlo?». Y obtiene como contestación: «¡Porque te lo ordeno yo, que soy tu madre!». Aquí, sin morderse la lengua, matiza y recuerda: «¡Si es cuestión de títulos, yo soy tu hija! ¡Y nos graduamos el mismo día! ¿O no?».
Genial, genial. ¡Cuántos discursos se pueden resumir en una pieza, en un toque humorístico aportado con sabiduría, criterio lúcido y sana intención crítica! Maravillosa Mafalda, maravilloso Quino, partes de un mismo todo, seres para el feliz recuerdo y siempre materia ideal de anaqueles domésticos. Seres que nos recuerdan la extraordinaria importancia de poseer un espíritu libre, no domesticable. ¡Qué grandes!
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