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Puede que los años me estén pasando factura. También puede que últimamente me encuentre más susceptible, pero creo observar cómo la mala educación o la falta de buenos modales se van extendiendo como la más virulenta de las letras del alfabeto griego. Imagino que me ... tildarán de exagerado e hiperbólico, aunque cuanto más presto atención al personal más me reafirmo. Y no sin pesar.
¿Qué me dicen de aquella vieja, incluso arcaica costumbre de dar los buenos días o saludar con alguna expresión de cortesía, bien al entrar, bien al abandonar un lugar? ¡Y qué tiempos cuando al pertinente saludo un coro de voces contestaba de forma desacompasada! No seré el único que tras entrar en algún recinto y arriesgarse al buenas, hola, buen día, lo que ha recibido es el sonido del eco. Curiosamente mientras los fallidos interlocutores de la sala de espera te obsequian con su indiferencia, a menudo no te queda más remedio que escuchar los más íntimos detalles del caótico matrimonio de Paco, mientras conversa telefónicamente a gritos con su primo del pueblo. Extrañamente, en una concurrida playa tinerfeña a miles de kilómetros y en bañador te encuentras con un vecino -quien nunca te ha dirigido la palabra ni en el apretado ascensor de dos plazas de vuestro edificio- y resulta que este te saluda como si fuérais hermanos de leche.
Y si entramos en el espinoso territorio de «dar las gracias». Ni tan siquiera hablamos de sentirse agradecido, no nos rebajaríamos a tales abismos. No son pocos a los que les sale sarpullido por dar las gracias. Curiosamente, es de las primeras palabras que aprendemos cuando llegamos de visita a un país. Con cuatro palabritas ya sentimos que dominamos la lengua vernácula del territorio vacacional: 'merçi, grazie, thank you, obrigado, xiè xiè...'. Pero el 'gracias' hispánico se nos hace bola.
Y por supuesto, llegamos al por favor. Pedir algo por favor no implica hincar la rodilla o rebajarse. Es sencillamente pura cortesía, tanto en casa como fuera. Algo que parece un alarde inasumible para la raza ibérica. Aunque donde la mala educación alcanza las más altas cotas es en el coche y en el uso del móvil. Un paseíto con nuestro utilitario y podremos elegir el desplante. Y hablar a los cogotes de la gente no es lo mío.
Como soy un rebelde voy a seguir levantándome en el transporte ante una persona más mayor, incluso ante una embarazada. Es más, me arriesgaré y también cederé el paso a las mujeres, aunque me digan 'micromachista'. Pero es que soy un clásico. Y nada perfecto.
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