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Ala vista de la experiencia reciente, más valdría olvidarse de los intentos de construir una memoria histórica por parte de cualquier gobierno, advertencia válida incluso cuando el propósito consiste en lo opuesto, en proceder a la 'damnatio memoriae', a la condena de la memoria. No ... se trata con esta observación de borrar la referencia a la memoria, que puede ser imprescindible para la preservación de una conciencia democrática, y para eso están los que Pierre Nora llamó «lugares de la memoria», desde mi concepción en sentido muy amplio: iconos, testimonios literarios o personajes que deben permanecer como referencias colectivas, de uno u otro signo: Auschwitz, Gernika, el gulag, Gandhi, Primo Levi, la tumba de Lenin...
Otra cosa es intentar la construcción de una memoria, ciertamente con datos y referencias en buena medida válidas, pero al servicio de un proyecto político determinado. Entonces no solo puede mutilarse un diseño bien intencionado, sino que el resultado será el contrario del buscado, en cuanto a aceptación social del intento; como en el caso español, cabe esperar incluso un efecto bumerán y la consiguiente agudización de las tensiones en una sociedad. Dicho de otra manera, hagamos la historia con un criterio científico, que luego la memoria ya saldrá por si sola, o con un grado de ayuda pública para su difusión.
Por lo que vemos, ni Pedro Sánchez ni Núñez Feijóo son adecuados para promover una evolución en ese sentido. El presidente, no solo porque nunca ha dado muestras de apego al conocimiento histórico, ni sensibilidad hacia temas poco rentables (ahora Irán), sino porque su interés era otro y el de siempre: fortalecer a toda costa su apoyo electoral con el recurso a una herramienta para dividir a los ciudadanos, escorándolos en su favor. Por eso no ha tenido inconveniente en sacar la Ley de Memoria con unos apoyos, no impresentables, sino indignantes. Bildu al menos ha aprendido las formas, el portavoz del PCE, no, en su agresividad y en la mención de personajes discutibles. Los olvidos son clamorosos: en su totalidad el abertzale; parcial el comunista, al borrar la vertiente estaliniana de su política en la guerra al apoyar a la República, de manera parcial también la segunda. En una serie de sellos conmemorativos de la lucha antifranquista se merecía uno la Reconciliación Nacional de 1956, nunca un PCE en su conjunto, cargado de demasiadas personales, por hablar en términos del deporte.
La consecuencia es clara: el noble propósito de recuperar a las víctimas del exterminio franquista, incluso rescatar sus cadáveres, queda desfigurado por esa malformación de partida. La cual, incluso limitándonos a la Guerra Civil, olvida que todo lo que se opone a un genocidio no es necesariamente una resistencia legítima. En este sentido, Paracuellos y las sacas de noviembre del 36, los crímenes anarquistas en Barcelona, que tan bien cuenta García Oliver en 'El eco de los pasos', debieran también ser hitos recordados por todos los demócratas.
Claro que puestos a responder, sectores del PP se han sentido llamados a entrar en combate. Hay un alma neofranquista que sobrevive en nuestro partido conservador, y que está reviviendo un personaje de apariencia moderada, el alcalde de Madrid, Almeida. Si a alguien le gusta, hay que pensar en la función actual de la Legión, pero evocar en la estatua ahora erigida, con el fusil en la mano la Legión de la guerra colonial en Marruecos y la del 36, constituye un desafío, y más aún puesto el monumento cerca del consagrado a la Constitución.
Por si faltara algo, en su discurso, Almeida mostró su elogio al general Millán Astray y a la devolución de su calle suprimida por haber sido su acción en la guerra testimonial y no represiva. El juez dio una buena lección de desmemoria. Después de ponerle un monumento al albanés Hoxha con el búnker introducido en la plaza de España, ahora Almeida, creo, va a por los Tercios de Flandes. Todo un recital útil para tener en la mente cuando lleguen las elecciones. Y los abuelos de Feijóo no lo arreglan. Aprendan de las técnicas de enmascaramiento de la señora Meloni en Italia.
Para jugar acertadamente con la construcción y, simultáneamente, con la condena de la memoria, hay que hacerlo desde el consenso. Siempre hábil, lo ha conseguido el PNV en Euskadi, con la complicidad de Bildu y el silencio del PSOE. Ejemplo, el Memorial de Vitoria, centrado en las víctimas, pero prácticamente solo en ellas, borrando de la escena al nacionalismo gobernante y a aquel que sembró el odio, no siendo ángel ni diablo, sino simplemente un patriota -esto no hay que negárselo- prenazi. La historia cumple aquí una útil función, positivista y sin ir al fondo. Muchas víctimas (familiares, supervivientes) pueden no estar satisfechas, pero su voz es solo marginal y además este olvido funciona bien.
Por fin, vemos cómo avanza el extrañó ejercicio de desmemoria y vaciado jurídico e ideológico que está realizando Sánchez en Cataluña, al modo bíblico de Esaú, donde el reino es el régimen constitucional y las lentejas, 'yo sigo'.
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