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Hace unas semanas se estrenó en el antiguo teatro Galileo de Madrid (actual teatro Quique San Francisco) la obra 'Anfitriones', con un meritorio guion de Inge Martín, que además interpreta uno de los personajes de la trama. Imagino que la obra circulará a partir ... de ahora, dando pie así a que espectadores de aquí y de allá se reconozcan sin dificultad en el ambiente dibujado por la dramaturga.
En un marco ya familiar, se esbozan las estrechas relaciones de cuatro personas con perfiles distintos y con derivas vitales asimismo diversas. Los unen los lazos del tiempo y probablemente hitos relevantes a sus espaldas. Son fruto, sin embargo, de una evolución y de una nueva forma de estar en el mundo. Podría afirmarse que dos de ellos habitan un eslogan perpetuo, un tuit que sucede a otro tuit, una actitud buenista y bien intencionada, pero sin concreción real, una no argumentación, frases hechas sin solución de continuidad. No hay lugar para profundizar, sólo para la imagen, el estereotipo, para una moral de brocha gorda.
Pronto surgirán contradicciones que conmueven los cimientos de la pareja y estos dos participantes de la conversación se van haciendo añicos, mientras crece el alter ego de la autora/co-protagonista, un cínico lúcido que desde una visión progresista ha emprendido un camino de no retorno hacia el extremo opuesto. La (in)coherencia entre la idea y el hecho, el carácter irreconciliable de quienes deciden instalarse en los polos sin otear más allá ni con posibilidad de acercamiento: ambas cuestiones son 'leitmotivs' de una narración que aborda quizás demasiados dilemas pero que los expone sin piedad.
Este modo de relacionarse de cara a la galería, con discursos propios de red social donde no cabe el matiz o el desarrollo del argumento, viene también parcialmente representado en la obra por un cuarto personaje singular que exhibe en tiempo real su vida a sus espectadores. Lo íntimo o personal se confunde con lo colectivo. Todo es público, todos los aspectos se ventilan en la plaza, en el ágora, en la pantalla. O no todo. Lo que se ventila en la plaza o en la pantalla es la imagen que quiere proyectarse, con el inevitable componente aspiracional que se plasma en la anécdota que se relata, la foto o el vídeo que se comparte o las compañías que se acreditan. Este personaje que conecta con el corazón es, además, complemento del cínico: ella sin ningún atisbo de cinismo, pero sí con un decisivo peso ético.
La mencionada retransmisión en directo de la acción puede dar pie también a plantearse lo que podría denominarse la trampa o la maldición de la ubicuidad. Recientemente, la catedrática de Derecho Procesal Silvia Barona reflexionaba sobre la algoritmización del Derecho y de la justicia, es decir, sobre el uso de algoritmos o inteligencia artificial en la función de impartir justicia. Lo situaba en el marco más general de la digitalización de la vida y apuntaba con acierto a la ubicuidad como elemento de la contemporaneidad. Y entiendo que esta ubicuidad conlleva la (pretendida) disponibilidad permanente para cercanos y lejanos, la pérdida de la distancia, del tiempo y del espacio.
Todo es aquí y ahora, no hay refugios ni cabe huir en los viajes, no hay franjas horarias inmunes, los cordones umbilicales no se rompen y las dependencias se acrecientan. Ha perecido la posibilidad de ser uno o, desde luego, es más difícil.
Las redes sociales forman parte ya de nuestro día a día, como lo hacen también otras herramientas digitales en la esfera privada, en la profesional y en nuestras relaciones con las Administraciones Públicas. Y la inteligencia artificial en múltiples variantes se va adentrando de manera cada vez más decidida en todos los resquicios de nuestra existencia. Nadie puede anticipar cuál será el futuro, cuál es el potencial de estas tecnologías y cuál será nuestro margen de maniobra. Habrá que regular, pero el Derecho no es más que instrumento y, en cualquier caso, es fruto de acuerdos sociales. Más relevante que todo esto es decidir qué queremos ser y cómo queremos ser, si el contrato social tal y como lo conocemos continúa siendo válido o si necesitamos reflexionar para introducir otras variables y otros compromisos. De lo contrario, nos iremos haciendo añicos como los personajes de la obra y terminaremos perdiendo marcos de referencia colectivos, por no haberlos definido a tiempo.
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