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La coincidencia hace 25 años del asesinato de la niña Ryan Harris por dos niños de 7 y 8 años para robarle la bicicleta, y el caso de otros dos que mataron a uno de 2 años sin más motivo que el placer de hacerlo, ... originó un debate acerca del grado de culpabilidad que puede atribuirse a los niños por realizar acciones tan brutales.
No es frecuente que niños tan pequeños cometan tamaña barbaridad. Pero últimamente no son raras las noticias de agresiones a niños y adultos que tienen en común su crueldad y que sus autores son menores de edad.
En España aún recordamos el horrible trato que recibieron las niñas de Alcáser antes de ser asesinadas por unos jóvenes. Actualmente, hemos recibido con estupor la noticia del niño de 15 años que ha matado a sus padres y a su hermano, y la de otro de 14 que mató a su hermano de una puñalada en el corazón. Hace años atendí a una niña de 5 años con incontables erosiones y mordeduras de dientes de niños pequeños en los genitales y regiones adyacentes que le habían infligido tres compañeros en un momento en que la maestra salió del aula.
Si esta forma de maltrato no es excepcional debemos preguntarnos por qué se producen. La etiología del maltrato infantil es compleja. La inmadurez del niño y la dependencia de sus cuidadores son circunstancias que se encuentran en la base del niño maltratado. Además, en cada caso concurren otros factores, tanto del maltratador como del maltratado, que facilitan su producción. El primero es que el niño está siempre en inferioridad con respecto al adulto, pero también los niños que, como los matones de la clase, maltratan a otros, están en una posición de superioridad con respecto al maltratado.
Con frecuencia el maltratador infantil fue víctima de malos tratos durante su infancia. Estaríamos ante conductas aprendidas durante la niñez e incorporadas a los esquemas de comportamiento de la persona; que se manifiesten antes o después sólo es cuestión de que surja la posibilidad de ponerlos en práctica. Nuestra sociedad mediática nos incita constantemente al consumo exagerado de artículos y actividades hedonísticas elevados a la categoría de 'bienes de consumo', cuya carencia puede originar frustración y tensiones que se descarguen sobre los niños, considerados cargas responsables de esa frustración. También tienen importancia los patrones de competitividad y violencia difundidos por los medios que los niños adoptan como comportamiento habitual, sin distinguir entre mundo real y virtual.
Los asesinos de Ryan tenían la incitación al consumo en forma de bicicleta, y los que mataron al niño de dos años probablemente habían visto escenas de violencia virtuales. En el caso de la niña con mordeduras, un niño pertenecía a una familia desintegrada e invitaba a sus amiguitos a un establecimiento de sus abuelos donde se exhibían videos pornográficos. Por el grado de crueldad y brutalidad de las torturas y vejaciones infligidas a las niñas de Álcaser, no es descabellado sospechar que sus asesinos las aprendieron en condiciones similares a las de los niños de las mordeduras.
El desencadenante del triple crimen del muchacho de 15 años fue la retirada de la consola (bien de consumo) que comprometía su rendimiento escolar. Ha llamando poderosamente la atención la frialdad con que actuó y narró lo sucedido; casi parece que, en vez de apretar el gatillo de la escopeta contra su familia, pulsaba el mando de la consola eliminando monigotes humanoides de la pantalla.
Una característica de los adolescentes es su predisposición a buscar emociones fuertes y experiencias arriesgadas. La elevada plasticidad de la corteza prefrontal del cerebro adolescente permite la reorganización del desarrollo intelectual y emocional que puede ser interferido por influencias ambientales dañinas, y el uso de una consola de forma adictiva puede originar trastornos conductuales importantes a esa edad.
La prevención del maltrato infantil, incluido el realizado por otros niños, es una labor muy compleja. Detrás del niño maltratado subyace una patología personal, familiar y social que hay que mitigar y eso, en su mayor parte, es una labor institucional. Es primordial promocionar la lucha contra cualquier forma de violencia. Los medios de comunicación deberían corregir sus mensajes de violencia y de instigación al consumismo, a los que los niños son especialmente receptivos. También deberían sensibilizar a la sociedad informándola sin sensacionalismos, y evitando simplificaciones como reducir todo a la existencia de salvadores y asesinos de niños. Por su parte, los ciudadanos debemos influir en los dirigentes para que establezcan medidas que combatan esta lacra social, elaborando una legislación que permita desarrollar la Convención sobre los Derechos de los Niños; lo que, a su vez, supondría poner el primer escalón para que esos niños lleguen a adultos capaces de mejorar las condiciones de vida de sus hijos.
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