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Sé, lector, que es muy poco original recurrir a un bolero como argumento pero, es lo que hay: mi capacidad de impresionar está cada vez ... más mermada, aunque la vetustez no es tan mala si te paras a pensar en la alternativa que queda. Dejo de lado las someras cavilaciones para ir a la letrilla ideada por Alberto Cantoral: 'Dicen que la distancia es el olvido…' porque viene que ni pintiparada para hablar de los 7,3 millones de metros que separan Torrelavega, por ejemplo, de La Habana Vieja, distrito hermanado desde 1992.
De lo que fue una explosión de novedad, audacia, y también algo de provocación –singularidades del alcalde Gutiérrez Portilla– solo queda el nombre de un pabellón deportivo. Sí, es cierto que la personalidad de quienes fueron protagonistas de aquella fraternidad, en la que se implicó hasta el barbudo Comandante, propició que Torrelavega fuera referente nacional. De aquello solo queda una placa con la figura en relieve de nuestro alcaldón y el nombre de Torrelavega en una de las calles de la capital de Cuba, y aquí, el de un polideportivo.
En la década de los años 80 del siglo XX comenzó la calentura española de los hermanamientos, lanzándonos a encontrar un sosias urbano en aquella Europa que nos sometía a un duro ayuno, castigo por haber mecido una dictadura. Pero Torrelavega siempre ha sido avanzada, y entonces hasta inconformista, y rompió aquel cordón 'sanitario' valiéndose de dos ciudadanos –el francés de origen español Xabier Ceberio y el torrelaveguense Ricardo Bueno–, que en 1979 sellaron, a través de las Jóvenes Cámaras que presidían, una unión que terminaría en un 'jumelage', hermanamiento que 40 años después sigue vivo y revitalizado por cientos de personas que se han implicado con Rochefort Sur Mer. Exceptuando este caso ya insólito, el resto de las fraternidades son poco más que nombres sobre cartelones oxidados. Eran tiempos de señorío.
Pero Torrelavega, que siempre se ha negado a abandonar la senda de su imparable camino hacia lo universal, fue llevada al ridículo institucional cuando la entonces alcaldesa, Blanca Rosa Gómez Morante, teatralizó en 2011 un hermanamiento imposible con Louga, una localidad de Senegal que nos situó en el extravagante ranking de ser urbe unida con esa metrópoli africana. Vino a Torrelavega la homónima de Gómez Morante, Aminata M'Bengue N'Diaye, vestida con su colorido kanga, y nos hermanamos con esta ciudad africana. Así, sin anestesia. Hubo desigualdad escénica ya que, quid pro quo, la africana debería haber sido recibida por la entonces alcaldesa vestida de montañesa porque en realidad no fue más que una inútil escenificación, ya que no se ha vuelto a saber nada de aquel hermanamiento. Manierismo inservible. En definitiva, idealismos que engordan sobrealimentados por utopias.
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Ana del Castillo
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