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Estos días de aislamiento inducido, de confinamiento, son asimismo días de «pienso mucho», de dar vueltas a la cabeza ya que el resto ... del cuerpo no puede darlas por donde uno quiere. Se concentra la energía en el pensar, en el sentir, en el reflexionar. Son días para «viajar al rincón de pensar» que diría un cursi como artilugio. Término que utiliza muchas veces el político que carece de recursos dialécticos (o de los otros), habitualmente para agredir y no para agradar, aunque sí exista en nuestro cerebro un rincón escondido.
Pero en fin, son días desde luego de estrujar sentimientos queriendo mirar hacia delante, hasta muy lejos, lo que vaya a acontecer en el futuro y para querer ver de cerca, a la gente que uno quiere. Muy cerca, aunque tenga que ser nuestra mente la que no guarde la distancia que ahora llamamos «de seguridad».
Pero que se fastidien los virus y los viriásicos, porque en nuestra conciencia, en nuestro intelecto, podemos juntarnos mucho y abrazarnos y besarnos y amarnos. Tan es así que incluso vemos más cerca a quienes no queremos tanto, aunque desde luego ya con ejercicio mental de distanciamiento de un metro, de dos, de tres o de más... Dependiendo como es lógico del grado de inquina almacenado con el tiempo.
Nuestra capacidad y posibilidades para las razones del sentimiento y el amor son infinitas, como bien sabemos. Pero es necesario manifestarlas. Al final de todo, el manifiesto es el que ayuda a producir los cambios como expresión pública de principios e intenciones. No es el manifiesto una declaración ni un prefacio, ni una petición, ni un memorial, y se mueve siempre entre la ruptura y la refundación o entre la denuncia y la afirmación como ahora verán.
Porque cuando esto acabe, habrá que cambiar muchas cosas (¿todo?) más que con caceroladas y desfiles o portando interminables pancartas poco motivadoras o muñidoras de contagios habrá que expresarse por objetivos a lograr y por intenciones de cambio. Muchas cosas se moverán gracias a ello, por mor de manifestarlo.
Porque un manifiesto con oportunidad mueve montañas. Recordemos los manifiestos comunistas, liberales, democristianos, socialdemócratas o a favor de la paz, de la cultura o de la ciencia, de los derechos de los niños, de los trabajadores o de los negros que tanta repercusión y eficacia tuvieron, ayudando a mejorar/empeorar (siempre a cambiar) muchas cosas y desde luego modificando las conductas erróneas de la sociedad, de los gobiernos, de las naciones. O del arte: recordemos como con el 'Manifiesto Groc' por ejemplo, se pudo comprender mejor el salto de Dalí de una posición antirromántica directamente al surrealismo, (al que casi nadie, por cierto, supo acompañarle) o Manet y sus intenciones pictóricas hacia el impresionismo o el manifiesto del muralismo mexicano y sus tres llamamientos.
Es que la pintura siempre reflejó nítida la realidad presente porque permanece mejor incluso que la literatura y desde luego más que la realidad política que se mueve siempre con un halo interesado y mentiroso alrededor que no se disipa hasta que los años y la historia más tarde lo hacen desaparecer.
Nada hay como la fidelidad de la pintura o de las personas mientras permanecen. Nada como la honra y la certidumbre. Si se conquista a los jóvenes y se interesa a los mayores tal un 'Shrek' de Spielberg (ogro salido del fango), el éxito de un manifiesto social está asegurado. Éxito en lo que proponga con valentía, sin pies de plomo, con certidumbre y con intenciones atractivas. Esperamos que así sea.
Pero hagamos previo un relato de intenciones para después de la pandemia antes de manifestarlo. ¿Cómo será el más tarde? ¿Cómo será todo entonces después de la mal llamada postguerra vírica? Necesitamos saber cómo quedará el mundo. ¿Y mi España, tan querida y tan different? ¿Y mi región? ¿Y mi provincia? Término por cierto curiosamente recuperado por socialistas/federalistas (toma nísperos) ¿Y mi ciudad? ¿Y mi barrio? ¿Y mi ombligo? Llegado aquí, si no somos capaces de salir de nuestro ombligo habremos aterrizado tras la epidemia Covid-19 en un confinamiento voluntario e interminable de nuevo.
Necesitamos permanecer enteros, necesitamos sobre todo recuperar valores perdidos que ahora se observan bien en el retiro social porque funcionan. Requerimos un manifiesto alto y claro sobre lo único que se hizo indispensable, imprescindible, amalgamador y generoso estos meses: la familia.
Hagamos entonces un manifiesto individual a favor del humanismo cristiano y de la familia: un proyecto de vida. Hagámoslo valer, hagámoslo valor, manifestándolo porque la atacan, la hostigan, la menosprecian y al final del confinamiento será lo único que importe.
La familia bien sabemos que supone la primera y vital célula de la sociedad y que intermedia entre persona y comunidad. Que defiende la tolerancia recíproca, la transigencia, el respeto, la capacidad de sacrificio y de renuncia, la solidaridad y las creencias y convicciones morales (básicas). Nada menos. ¡Esa es la familia! ¡Manifestado queda!
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