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El maniqueísmo es una doctrina religiosa que tuvo su origen en las ideas de Manes (s.III d.C.) y que se caracteriza por creer en la existencia de dos principios contrarios y eternos que luchan entre sí: el bien y el mal. Por extensión, ... es la interpretación de la realidad que tiende a valorar las cosas como buenas o malas, sin términos medios. Podríamos decir que, sin profesarlo, el maniqueísmo está presente en el cine, en la prensa, en la política, en nuestra vida diaria. Su tentación consiste en dividir el mundo en buenos y malos. San Agustín, que sabía mucho de esto, se pasó nueve años dentro de esta secta. Cuando llegó el sabio Fausto para resolver sus dudas, le dejó peor que estaba, lamentando el tiempo perdido.
Nuestro maniqueísmo es simplista, lo bueno es todo aquello que pienso, creo, hago y digo yo. Lo malo es lo contrario. Los buenos son los que piensan como yo, los malos, aquellos cuyo pensamiento o acciones son diferentes. Un familiar comentaba con cierto humor que todas las mañanas hacía esta acción de gracias: «¡Dios mío, todo lo has hecho bien, pero conmigo te has pasado!».
Ojalá supiéramos aceptar nuestra propia dosis de error y respetar el desacuerdo con otros. Porque tras encontrarme en posesión absoluta de la verdad, pasaré a etiquetar a los demás como inmorales, fundamentalistas, intransigentes, frívolos, blandos... Con humildad mi oración hoy es esta: «Padre de todos, líbranos de caer en la tentación de creernos buenos, del fariseísmo y del maniqueísmo, por favor, si puede ser en todo tiempo, también en vacaciones».
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