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Las tardes de febrero presentan un celaje gris oscuro, una luz que conduce a la melancolía. La temperatura no suele presentar una cara amable. Las tardes de febrero no acostumbran a traer a nuestra memoria imágenes alegres. Por el contrario, evocan tristeza y malos presagios. ... Una tarde de febrero ha quedado fijada en la memoria de los españoles y especialmente de los santanderinos. El 19 de febrero del año 1992 la mano criminal de ETA mató a tres personas e hirió a veinte. Fue en el barrio santanderino de La Albericia, en Santander.
En la norma del buen periodismo se indica, con criterio acertado, que el periodista no debe ser el centro de la noticia. Lo importante son los hechos y los análisis de los mismos. El informador tiene que ser objetivo. En este caso incumpliré el libro de estilo para recordar, en primera persona, aquella tarde del 19 de febrero en la que con un coche bomba dos etarras asesinaron a tres personas a cien metros de las instalaciones de El Diario Montañés, en la antigua sede de La Albericia.
La onda expansiva de la bomba retumbó en la redacción de El Diario Montañés con estruendo y, de inmediato, comenzó a desprenderse el yeso de los techos. Una lluvia fina y blanca que resultaba desconcertante. De inmediato, salimos a la calle todos los que estábamos en el periódico. A cien metros de la entrada vimos el horror: tres cadáveres en el suelo y destrozos en los vehículos aparcados en una zona sin asfaltar, en el cruce de la avenida del deporte. La policía nacional aún no había llegado y en esos minutos pudimos asistir a los efectos mortales del nacionalismo más infecto.
Se preguntarán que cuál es la razón por la que escribo esto, tan lejano en el tiempo y tantas veces recordado. Lo hago porque el próximo lunes se cumplirán treinta y dos años de aquel crimen. Ya sé que no es un número redondo. Es un aniversario más, un año más en el que las familias de las tres víctimas: el matrimonio formado por Eutiquio Gómez y Julia Ríos y el joven estudiante Antonio Ricondo, no pueden olvidar lo sucedido. Tampoco el resto de los españoles debemos borrar de nuestra memoria ese atentado, como los otros muchos que durante décadas conmovieron a España.
No es aceptable olvidar a tantas víctimas inocentes. Se alude constantemente a la memoria histórica y con razón. La guerra civil española debe estar presente para que nunca vuelva a repetirse y la condena a la dictadura es obligación inequívoca. Si tenemos presente lo que sucedió en un tiempo ya lejano y que tuvo su punto final con la llegada de la democracia, con más razón hay que recordar los crímenes, mucho más próximos en el tiempo, los graves delitos de quienes con bombas y tiros en la nuca intentaron que la democracia no arraigara en España.
Los dos autores materiales, Luis Ángel Galarza e Iñaki Recarte, fueron detenidos tras refugiarse en Guipúzcoa, bajo el manto protector de un sacerdote. Fueron condenados a doscientos años de cárcel. Pura propaganda. Unos pocos años después quedaron en libertad y viven perfectamente integrados en la sociedad vasca. Durante los años de plomo los legisladores –diputados electos– no fueron capaces de articular una ley que mantuviera en la cárcel de por vida o hasta que colaboraran en desarticular la banda terrorista a los asesinos. Años más tarde se aprobó la ley de prisión permanente revisable ante delitos como el asesinato de niños o mujeres. Alguna responsabilidad tenemos todos los españoles.
La guerra civil y la dictadura de Franco siguen presentes para que nunca más se produzca otro enfrentamiento fratricida. Mucho más debemos tener en nuestra mente a quienes fueron asesinados por ETA. Tenemos el deber de que esa tragedia no se olvide y que las nuevas generaciones conozcan a fondo lo que sucedió. Máxime cuando algunos de los autores del crimen y el terror siguen vivos y se niegan a colaborar en el esclarecimiento de muchos delitos.
En La Albericia, apenas un pequeño símbolo recuerda el triple crimen. Un monolito oculto tras unas vallas publicitarias sirve de testimonio del suceso. Donde antes había un cruce ahora existe una rotonda, con su pequeña isla central. ¿No sería de justicia colocar una pieza escultórica que, de manera bien visible, rindiera homenaje a las tres víctimas mortales? En las provincias vascas siguen los homenajes a los asesinos, a pesar de las prohibiciones y ¿en Santander no seremos capaces de honrar como se merecen a las tres personas víctimas del atentado?
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