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Luis Salcines, un motor discreto y eficiente de la cultura en Cantabria, ha organizado una exposición de la obra pictórica de Ángel Medina, uno de los artistas plásticos más creativos y originales de la larga lista de pintores aportados por Cantabria al catálogo ... de creadores españoles. La Fundación Bruno Alonso inauguró, el pasado lunes, una muestra global de la obra de Medina que permite apreciar sus diferentes etapas y su vigor. Medina fue un creador compulsivo, alejado de escuelas, modas y tendencias. Un artista personal que logró que sus obras sean perfectamente identificables en una primera mirada. Un hombre con una personalidad inconfundible y relevante.
Ángel Medina cumpliría cien años este año 2024 y Salcines ha acertado al organizar una exposición en la que se puede apreciar su evolución y conocer a fondo su obra. Cantabria, como tantas otras comunidades, suele ser amnésica e ingrata respecto a sus grandes referentes y Medina ha estado velado durante los últimos años. La bohemia a destiempo del pintor, en sus últimos años, ha dejado una imagen equívoca sobre la compleja personalidad de un artista pleno de ideas y con su toque mágico para utilizar el color.
La trayectoria de Medina tiene la doble vertiente de Cantabria y Madrid. Nacido en Ampuero, muy pronto se instaló en Madrid, primero para estudiar Bellas Artes y más tarde para trabajar en su estudio y dotar de una repercusión nacional e internacional a su obra. Sus constantes viajes entre la capital de España y Santander han sido esenciales para su maduración plástica.
La carrera de Medina estuvo vinculada, sólidamente, a la galería Sur, que dirigía Manuel Arce, una persona clave para entender buena parte de la vida cultural de nuestra región en el siglo XX. En su libro de memorias 'Los papeles de una vida recobrada', Manuel Arce relata las diferentes intervenciones del pintor en su tierra: las exposiciones que desarrolló en la galería Sur, las tertulias en las que participó en aquellos años en los que, a pesar la dictadura franquista y las dificultades para la libre expresión, florecían iniciativas minoritarias para fomentar la libertad artística. Arce conoció a los grandes poetas del momento, a los pensadores y articulistas, a los coleccionistas de arte, a los marchantes…, al cosmos cultural del momento.
Recibió influencias de muy diferentes fuentes y las asimiló, sin por ello dejar a un lado su vigorosa personalidad. Sus cuadros con mujeres de una obesidad inimaginable, sus universos oníricos y, sobre todo, el ser capaz de construir un mundo propio, diferente y de una originalidad abrumadora, fueron sus señas de identidad.
En la exposición de la fundación Bruno Alonso se muestra una escultura de una cabeza de mujer, una forma de dejar constancia de que Medina, en sus primeros pasos por el arte, quiso ser escultor y trabajó con piedra y barro hasta que, en un momento de crisis creativa, dejó a un lado el volumen para centrarse en la pintura.
Medina recorrió el itinerario propio de los pintores de la época: estancias en París y Roma y después la bohemia madrileña, que se escribe con hache intercalada como alcohol. En la capital de España expuso en las mejores galerías y sus cuadros lograron romper la barrera de lo próximo para cruzar la frontera y lograr el reconocimiento universal.
El centenario de Ángel Medina transcurre sin apenas repercusión ni en España ni en su tierra. La exposición comisariada por Luis Salcines, en la fundación Bruno Alonso, sirve para recordarnos que Medina fue uno de los grandes pintores cántabros del siglo XX. Un artista que merece que su obra se exponga en un lugar mucho más espacioso y con un acceso al público más fácil. La tarea de Salcines es digna de elogio y debe ser prólogo de una iniciativa pública que propicie una muestra capaz de ofrecer una vista panorámica de las diferentes etapas de Medina. Si se completa con un catálogo en el que se integren varios estudios de su obra, redactados por expertos y que ahonden de manera singular en sus lienzos, se pondrá en valor no solamente la obra plástica, tan valiosa como actual, que supone el legado de Medina, sino también la de una generación.
La guerra civil le afectó de manera tangencial. Tenía 12 años cuando se inició y 16 a su conclusión. No fue de los artistas que tuvieron que exiliarse o que pasar años en la cárcel por haber defendido las ideas del gobierno de la república. Posiblemente, por esa circunstancia Medina no tuvo especial relieve político y se dedicó por entero a crear figuras y colores. Su capacidad para llevar a los lienzos sus mundos oníricos sigue vigente y sus cuadros, pintados hace décadas, mantienen la originalidad y la poesía de su autor.
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