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La queja, el lamento y la protesta son elementos cotidianos en la España del siglo XXI. Tras cualquier suceso, cambio legislativo o noticia relevante aparece el coro de plañideras lagrimeando. El paso consecutivo a la muestra de dolor es buscar un culpable. Siempre, si es ... posible, los más lejos del ámbito de competencias de quien reprocha lo sucedido. Rara vez cada uno de nosotros nos hacemos la pregunta clave. ¿Qué cuota de responsabilidad tenemos en los hechos que nos parecen injustos cuando no abyectos?
Esta mirada hacia nosotros mismos resulta esencial. Si de verdad queremos mejorar nuestra sociedad es necesario que aportemos lo que esté en nuestra mano. El fácil recurso a responsabilizar a nuestros vecinos, dirigentes, políticos, profesionales, etc. debe ir acompañado de acciones que colaboren en la toma de decisiones, que se encaminen hacia la meta deseada.
En muchos casos, esta colaboración individual es incómoda y poco apetecible, pero quien no actúe no tendrá derecho a elevar quejas hacia los demás y refugiarse en el reproche y la crítica. El primer instrumento para introducir mejoras en la vida cotidiana es el voto. Cuando se acude a las urnas, tanto europeas, nacionales, autonómicas o municipales es necesario meditar a quién entregamos la responsabilidad de gobernar y legislar. ¿Cómo podrían quejarse de los privilegios para los catalanes los votantes de la derecha cuando depositaron su papeleta a favor de Aznar, que acababa de decir que «hablaba catalán en la intimidad»? ¿De qué forma la izquierda de Cantabria y de otras regiones puede alzar la voz por esos mismos privilegios, si votan a quienes amnistían a los independentistas y a quienes se llevaron los trenes de Cantabria para Cataluña?
Leo estos días el libro del historiador británico Ian Kershaw 'El Final. Alemania 1944-1945'. Con amplia documentación, demuestra como una gran parte del pueblo alemán apoyó con entusiasmo los crímenes de Hitler. Describe las escenas sucedidas en los últimos meses de la guerra, cuando conducían a judíos y otros prisioneros, en la denominadas 'marchas de la muerte' que cruzaban pueblos y ciudades, ante la impávida mirada de los ciudadanos alemanes, que más tarde afirmaron, mintiendo con pasmosa frialdad, que ellos no vieron nada, no pudieron hacer nada, no tuvieron ninguna responsabilidad.
Los cántabros contemplamos, con calma cómplice, como nuestros vecinos vascos disfrutan de una situación de privilegio fiscal, sin ni siquiera insinuar la necesidad de una reforma de Constitución, que elimine esa contradicción interna del propio texto de la Carta Magna. Frente a grandes empresas y corporaciones que apoyan directamente a los independentistas, mantenemos nuestros tratos comerciales con ellos, afianzando la desigualdad y enviando el mensaje de que Cantabria no planta cara a la injusticia y que la comodidad individual está por encima de nuestros principios.
En los momentos decisivos del ejercicio democrático, las elecciones, una buena parte de los cántabros mantienen las viejas rutinas de derecha o izquierda por tradición familiar, afinidad ideológica, rechazo hacia los adversarios, etc. En pocas ocasiones se utilizan las urnas para alentar a quienes mejor defiendan los derechos de los cántabros. Es más, los diputados electos acuden a la Carrera de San Jerónimo como meros instrumentos de sus partidos, sin tener en cuenta los intereses de la comunidad a la que representan.
En España hemos asistido, con una respuesta débil y timorata, es decir cobarde, a los años de plomo de la banda terrorista ETA. En el País Vasco la mayor parte de sus habitantes no reaccionaron contra los asesinos. Por el contrario, de manera lenta e inexorable, la sociedad vasca se sumergió en un clima de rechazo a las víctimas, de exclusión social de los amenazados y de complicidad pasiva con los asesinos. No es válido el argumento de que la lucha contra ETA era tarea exclusiva de las fuerzas de seguridad. Si cada ciudadano hubiera mostrado su apoyo a las víctimas, si no se hubiera condenado al ostracismo a quienes denunciaban los crímenes, ETA habría terminado su sangrienta historia muchos años antes.
Entre todos los españoles construimos nuestro país. Cada elección cotidiana suma y forma el caldo social. Vemos como los gobiernos aumentan el gasto y suben los impuestos y no unimos nuestras voces para decirles que gasten menos y que lo hagan mejor. Que pongan punto final a tanta burocracia. Que terminen con los enfrentamientos estériles y acuerden normas básicas para mejorar la vida de los españoles. Que, como dijo Jordi Sevilla en el Foro de El Diario Montañés, alcancemos acuerdos en lugar de ensanchar las discrepancias.
Cada uno de nosotros somos responsables de la España en la que vivimos y tenemos la posibilidad, mediante pequeñas decisiones, de mejorar la sociedad haciéndola más justa y más libre.
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