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Las recientes elecciones europeas han registrado un importante avance de la derecha y también de la ultraderecha, en una buena parte de países. Los resultados en España también coinciden con la tónica general de la UE. Este reforzamiento de partidos que utilizan el populismo como ... ingrediente esencial es preocupante. Ante el aviso que suponen estos resultados deberíamos analizar las causas para revertir esa tendencia de muchos europeos en buscar alternativas extremistas.
El avance electoral de la ultraderecha en los últimos comicios ha desatado alarmas entre los analistas, medios de comunicación y buena parte de la clase política. Las voces anunciando grandes males han sido estridentes, mucho más que cuando hace pocos años se registró un importante crecimiento de la extrema izquierda, con el nacimiento en España de Podemos y sus buenos resultados en las urnas. Ese desequilibrio en la valoración es una de las causas de la aceptación de planteamientos radicales.
Una enseñanza de lo acaecido el pasado nueve de junio es que alimentar a los extremistas, diestros o zurdos, es perjudicial para el funcionamiento del sistema democrático. Las soluciones simples que ofrecen los ultras son tan falsas en su versión derechista como izquierdista.
Si profundizamos un poco más en la búsqueda razones para que una buena parte de los europeos opte por partidos de ultraderecha, podemos llegar a la conclusión que esa masa de votantes la han generado los partidos que son pilares europeos: La derecha democrática y la socialdemocracia. Tanto unas como otras gobiernan sin afrontar los problemas con decisión y defraudan a una buena parte de sus electores.
El movimiento de los jóvenes airados, que con el 'Si, se puede' como lema, acamparon en la Puerta del Sol de Madrid y dieron origen a partidos como Podemos hunde sus raíces en el desencanto de una generación que afronta una realidad frustrante: han estudiado y apenas encuentran un trabajo que les permita vivir, al menos de la misma forma que sus padres; asisten impotentes al surgimiento de nuevas guerras en el mundo y no encuentran ninguna oferta de un futuro mejor, que las soluciones populistas o de extrema izquierda que ya han fracasado de forma reiterada.
Ahora se produce el habitual bandazo: la extrema derecha toma el relevo y afirma que la culpa de lo que sucede en España (y en Europa) la tienen los inmigrantes, los gobiernos débiles, el judaísmo internacional y un sistema democrático que no afronta los retos, etc.
En España, a esa realidad europea se añade un ingrediente de alta toxicidad: los nacionalismos independentistas. El nacionalismo, directamente imbricado en las caducas doctrinas carlistas, se presenta ahora disfrazado de progresista para lograr la suma imposible de la izquierda internacionalista e igualitaria con la defensa de la diferencia y los privilegios.
La responsabilidad de la aparición, con inusitado vigor, de los planteamientos extremos debemos achacarla a la ausencia de acciones de la izquierda y la derecha tradicionales. Tanto unos como otros han defraudado a los votantes con ruidosos escándalos financieros e impotencia para solventar problemas, de entrada, sencillos. Si a esa carencia de honradez le sumamos la endogamia, la ausencia de la indispensable rendición de cuentas sobre el cumplimiento de objetivos y la carencia de propuestas serias y realizables que creen empleo, proporcionen viviendas de alquiler a precios razonables, igualen en derechos y atiendan las necesidades de los menos favorecidos, nos encontramos ante la aleación perfecta para producir descontentos, presas fáciles de cualquier propuesta demagógica.
Para frenar los extremismos, que únicamente fomentan enfrentamientos y no solucionan problemas, es imprescindible escuchar las peticiones de los españoles y atenderlas. Cuando quienes gobiernan, en cualquiera de los diferentes niveles, olvidan que lo primero, lo esencial, es buscar fórmulas que permitan una vida mejor a los gobernados y dedican su tiempo y su energía a criticar al opositor o a cultivar la imagen en lugar de atajar las perniciosas derivas de procesos como la delincuencia, la quiebra del ascensor social, la falta de medios en determinadas capas sociales para acceder a una educación de calidad… se está abonando el descrédito de las instituciones y facilitando la penetración de ideas populistas que encandilan, de manera tan instantánea como irreflexiva, a españoles que han perdido la fe en los gobiernos y en la clase política.
La forma de convencer a los votantes de que las políticas extremistas no son útiles, ni justas, debe basarse no en eludir las propuestas ultras, sino en ofrecer soluciones realistas a una batería de desafíos que se deben afrontar de cara, con propuestas democráticas, sin buscar atajos fuera del espacio constitucional ni, mucho menos, en acuerdos mágicos que desatan con facilidad nudos tejidos durante décadas.
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