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Tras un huracán de palabras, gestos, mentiras y provocaciones, la moción de censura presentada por Vox, con un candidato de izquierda, ha quedado en nada. Únicamente la decepción. Ni un hilo de luz llegado de unos políticos al servicio de los votantes. ¿Cómo mantener ... la esperanza si la mejor intervención fue la de Inés Arrimadas, que carece de cualquier oportunidad de influir en el futuro de España? ¿De qué forma se insufla optimismo entre los españoles que entendieron que lo más sensato fue lo mostrado por Ciudadanos, un partido en demolición?
La moción nada aporta, salvo confirmar la certeza de que estamos ante una clase política alejada de la realidad de los españoles. El presidente del gobierno y líder del socialismo rizó el rizo cuando descalificó y condenó al PP por un posible pacto con la ultra derecha (Vox), cuando él, no sólo ha pactado, sino que forma gobierno con la ultra izquierda (Podemos) y, para rematar la jugada, se alía con los independentistas que no aceptan la Constitución e incluso con los herederos de ETA.
El líder de la oposición estuvo ausente –no es diputado y no podía intervenir– y la portavoz del PP no aprovechó la ocasión de explicar cuáles serán las decisiones que tomará su partido cuando gobierne. Frente a la deriva de un frente amalgamado por la izquierda civilizada, la extrema izquierda e independentistas de todo el mapa nacional, Gamarra se limitó a señalar los males traídos por Pedro Sánchez… casi nada de qué propone el PP cuando gobierne.
Vox, cazador de periodistas libres, encendió la mecha de la moción y ha visto naufragar su proyecto entre los espejos del callejón del gato, en el que mezclaban los orígenes de su candidato con las tesis de una derecha tradicional que representa Vox.
Los versos de Cervantes lo resumen bien: «Y luego, in continente, / caló el chapeo, requirió la espada,/ miró al soslayo, fuese, y no hubo nada».
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