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Formular predicciones que anuncian grandes males es un error que se repite a lo largo y ancho de la historia. Desde el milenarismo que anunciaron los diferentes profetas del fin del mundo ante la inminente llegada del año 1.000 hasta las alucinaciones de los ... lumitas, que veían en las máquinas el enemigo a batir por la clase trabajadora, la historia está repleta de anuncios encaminados a sembrar el temor e imponer conductas aberrantes.
A pesar de la evidencia de la falsedad de quienes se aferran a la llegada de una inminente ola de destrucción, lo cierto es que existe una cierta adicción de los seres humanos a castigarse con la contemplación de un futuro aterrador, lleno de peligros.
Si echamos la vista atrás, a las décadas recientes, vemos con claridad la equivocación de los profetas del caos y de quienes tratan de encontrar oscuras fuerzas que mueven los hilos de la humanidad. El economista y filósofo Thomas Robert Malthus, que vivió a caballo entre el siglo XVIII y XIX, sostuvo y difundió una tesis catastrofista que tuvo excelente acogida y que el paso del tiempo desmintió radicalmente. Malthus decía que mientras la población mundial crece de forma exponencial, la producción de alimentos lo hace solamente en progresión aritmética y, por tanto, en pocos años el hambre sería una plaga y una catástrofe. El fin de la humanidad.
Lo que no preveía Malthus es que la tierra iba a ser mucho más productiva, con nuevos fertilizantes y que la maquinaria sustituiría a la mano de obra. En las especulaciones de Malthus reside el error de los profetas del fin del mundo: creer que el futuro será como el presente, no tener en cuenta los avances que, en todas las materias, consigue la inteligencia y la investigación.
Los anuncios sobre el futuro coleccionan sonoros fracasos. En la década de los años sesenta el prestigioso Club de Roma, formado por más de cincuenta países y con científicos de primera línea, hizo público un estudio titulado 'Los límites al crecimiento' en el que se anunciaban una serie de problemas que no solamente no se han producido, sino que ahora parecen algo superado.
El informe de 'Los límites al crecimiento' preveía, con datos solventes, que el petróleo se agotaría en el año 2000 y que otras materias primas correrían la misma suerte. El poco petróleo que quedara tendría un precio tan elevado que limitaría su uso. Hoy, veinticuatro años más tarde, las reservas de crudo son enormes y el precio no ha crecido, ni de lejos, en la proporción anunciada.
Las nuevas fuentes de energía nuclear el sol y el viento, unidas al talento y al trabajo, han dotado a la humanidad de fuentes energéticas inagotables que logran que el consumo de materiales fósiles no resulte imprescindible.
Hablar despectivamente de los jóvenes es otra equivocación frecuente. Los viejos profesores y profesionales tienden a minusvalorar las capacidades y el esfuerzo de las nuevas generaciones. José Blanco White (Siglo XIX), intelectual español defensor de la libertad y el progreso, escribió en sus 'Cartas de España', desde el exilio londinense, que le apenaba la ignorancia y la mala preparación de sus alumnos en la Universidad de Sevilla. Ese mismo criterio aún persiste entre muchas personas. Desde la altura de la experiencia aparece una corriente que valora poco a los jóvenes y, en muchos casos, no recuerdan como eran ellos mismos en sus años de estudiantes.
Quienes dicen que los universitarios de hoy son peores que los de hace cuarenta años o que no salen bien formados ¿cómo explican que la medicina presente tantos avances, que la ingeniería supere obstáculos antes insalvables? ¿Los avances en todos los campos son una cuestión de magia o responden al talento y la preparación de los profesionales que se incorporan a sus puestos de trabajo?
Ahora está de actualidad el vertido de pélets en la costa cantábrica. No es ocioso recordar que padecimos la marea negra del naufragio del Prestige. Algunos científicos aseguraron, desde el prestigio de sus cátedras o laboratorios, que el chapapote seguiría en la cadena trófica de la fauna marina durante décadas, que la pesca y marisqueo estaban perdidos durante años. Una vez más, los hechos desmintieron a los presuntos científicos. En dos años, las playas estaban más limpias que antes del vertido y la pesca ha seguido alimentando a millones de españoles.
Los augures del fin del mundo deben reconocer sus errores y asumir que, si bien las riquezas del planeta son finitas, la inteligencia humana es, por el contrario, infinita.
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