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Las nuevas corrientes sociológicas presentan aspectos preocupantes. Los analistas y encuestadores informan de un distanciamiento progresivo y constante de los jóvenes respecto de la política y una profunda desconfianza hacia los dirigentes, especialmente a quienes han sido elegidos por el pueblo, en un marco escrupulosamente ... democrático. Los jóvenes presentan elevadas tasas de desencanto hacia las mismas bases de un sistema que ha traído a España más de cuatro décadas de prosperidad y libertad.
En los países europeos crecen los votantes que se decantan por partidos que cuestionan la eficacia de la democracia para resolver los problemas de los ciudadanos.
Las ideologías totalitarias ganan terreno entre las nuevas generaciones. Los jóvenes han perdido la ilusión de avanzar en su desarrollo personal y desconfían de los dirigentes.
La imagen que proyectan las instituciones, desde el parlamento al gobierno, pasando por sindicatos, empresarios, universidades, etc. conduce al desaliento. Apenas si se presentan ejemplos reales que auspicien la imitación. Se han perdido los anhelos de construir un país mejor. Apenas se habla de nuevos retos. Tal parece que basta con sobrevivir.
La imagen que transmiten los gobernantes refuerza este clima de parálisis y tedio. Las dos principales agrupaciones políticas de España son incapaces de alcanzar acuerdos básicos para resolver asuntos de fondo, asuntos que no deberían estar en discusión y, de esa forma, centrarse en las cuestiones que afectan directamente a los españoles.
Bastaría con que tanto el PSOE como el PP recuperaran el entendimiento que hubo cuando la ilusión de construir una democracia marcaba el rumbo. ¿Tan difícil es escuchar a los españoles? Bastaría un poco de atención para que derechas e izquierdas pactaran mantener fuera de la agenda cotidiana los pujos independentistas y la controversia cainita sobre asuntos de poca importancia, para que la tarea de las personas elegidas para dirigir España fuera fructífera y el trabajo de los políticos se valorará como merece.
La eliminación del riesgo que conlleva la propia vida adormece el interés por lo desconocido, coarta las ganas de explorar nuevos mundos y hace que la juventud se transforme en una senectud vigorosa y ágil. Algunos jóvenes se preguntan cómo es posible que sus padres y sus abuelos se pudieran emancipar mucho antes de cumplir la treintena y para ellos esa sea una meta reservada a la minoría. Naturalmente aparece el desencanto y con ese sentimiento nace la frustración y el cuestionamiento de los mismos cimientos del sistema.
El valor esencial de las personas: la libertad, se debilita. Los ejemplos de China, en los que la libertad se ha cercenado para facilitar el avance del bienestar y del desarrollo, comienza a hacer mella en los mecanismos que sustentan el actual modelo de convivencia. Se ensalzan las dictaduras porque resultan más eficientes, cuando realmente esa premisa es falsa. La historia demuestra, sin género de duda, que las democracias han proporcionado mejor salud, más bienestar, educación y cultura para todos y se han alcanzado esas metas sin renunciar a la libertad.
Recuperar la ilusión es el reto. Es necesario modificar actuaciones que resultan decepcionantes, que se demuestran obstruccionistas, en lugar de alentar a la solución de los problemas. Las nuevas generaciones observan que la vivienda se ha convertido en artículo de lujo y que en lugar de edificar casas para ponerlas en el mercado, con unas condiciones accesibles, los gobiernos se empeñan en reducir casi a cero las promociones de iniciativa pública y se frenan desarrollos de urbanismo privado. Se busca en los meandros del mercado en lugar de abordar, con audacia el problema.
Los más jóvenes, los que luchan por una formación de excelencia, topan con las desigualdades del propio sistema universitario. Un joven andaluz puede tener más fácil acceder a estudiar el grado para el que tiene vocación, que un cántabro o un madrileño. El mérito, ascensor social durante décadas, ya no impulsa a los mejores hacia los puestos más relevantes.
Las generaciones que se incorporan al mercado laboral perciben que será muy difícil para ellos alcanzar las cotas que lograron sus padres. Las lenguas regionales se alzan como barreras que reducen la movilidad, precisamente en un mundo cada día más globalizado. Es más fácil encontrar trabajo en el extranjero que en la propia España.
Es urgente recuperar la ilusión para combatir el desencanto. El elemento esencial para ilusionar a los jóvenes es que los políticos dejen a un lado sus diminutas controversias y ofrezcan un horizonte en el que se perciba una forma diferente de concebir España.
Resulta urgente abordar los problemas reales y dejar a un lado las ensoñaciones utópicas. Entender que un mundo globalizado las soluciones están en aunar fuerzas en lugar de dividirlas.
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