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Los españoles estamos llamados, el próximo domingo, a las urnas para elegir a los diputados que, posteriormente, determinarán quien será el encargado de formar gobierno y dirigir los destinos de España en los próximos cuatro años. El mecanismo electoral español, tan válido como cualquier otro ... en vigor en diferentes países democráticos, se basa en la confianza que los votantes depositan en una serie de personas seleccionadas por los partidos políticos.
Los autores de la Constitución y las posteriores leyes electorales construyeron un parlamento en el que las diferentes provincias aportan un número de diputados en función de su peso demográfico, con algunas correcciones pensadas para que provincias pequeñas alcancen representación. Esta fórmula de acceso, a través del voto de los habitantes de las diferentes provincias, otorga a los parlamentarios un sello territorial, una especial representación de su circunscripción. Precisamente esa doble identidad, de ser representantes del conjunto de los españoles y simultáneamente recibir los sufragios de una provincia concreta, genera algunas disfunciones.
El sistema electoral pudo ser otro: Candidaturas nacionales que se votan, la misma propuesta, en diferentes provincias y de esa manera se elimina la adherencia territorial de los electos. Se optó por vincular, de forma siquiera subliminal, el voto al territorio. Y la intención de los constituyentes se ha consolidado con el paso del tiempo y las sucesivas elecciones.
El próximo domingo los cántabros elegiremos a cinco diputados, cinco personas que tienen el deber de llevar al parlamento la voz de sus electores y al mismo tiempo acatar la disciplina del partido por el que se han presentado. Y es en esos momentos en los que aparecen las divergencias entre el mandato de los cántabros y el posicionamiento de la formación que les colocó en la candidatura.
Los diputados españoles no son como los británicos, elegidos en departamentos de un número limitado de habitantes, que defienden directamente los planteamientos de esos ciudadanos. La fidelidad está más del lado de sus electores que de la cúpula del partido. En España los parlamentarios dependen de su formación política, ya que son los dirigentes los que hacen las candidaturas y, quienes no aceptan la disciplina interna no vuelven a ser candidatos, que es la forma expeditiva de eliminar a políticos incómodos.
Esta doble dependencia termina por perjudicar a los ciudadanos. Una parte de los electos se ubicará bien junto al gobierno, bien en la oposición y, en consecuencia, se silencian las reclamaciones de una buena parte, en nuestro caso, de los cántabros. Cantabria elige cinco diputados, un número de votos apreciable. Suficiente para negociar con fuerza determinados asuntos, en los que una gran mayoría de los cántabros están de acuerdo… pero no se cuenta con cinco, sino con dos o tres ya que al final se impone la disciplina de voto y no se ejerce la suficiente fuerza sobre el gobierno de turno.
Si tomamos a Tomás Moro de ejemplo y pensamos en una utopía, podríamos acordar que todos los candidatos al congreso llegaran a un acuerdo para defender dos o tres reivindicaciones que carecen de bandera partidista y que deben ser reclamadas con fuerza y presión sobre el gobierno de España. ¿Tan difícil es convenir en que los cinco diputados por Cantabria unirán sus votos para que la red ferroviaria de cercanías de la región se mejore de inmediato? ¿No será posible unir fuerzas, cinco votos en el parlamento, en torno a que Cantabria se integre en la red de trenes del norte de España y se conecte con Europa? ¿Es imposible que se consensuen unas líneas maestras para negociar la financiación autonómica, en lo que depende del gobierno central?
Los candidatos que ahora piden el voto deberían tener presente su doble función: apoyar el programa de gobierno que presenta su partido y en el que se diferencian unas formaciones de otras y, al mismo tiempo, defender los intereses de la región, que no son otros que los de la mayoría de los cántabros.
Una idea utópica es la que concibe que los candidatos que se presentan a las elecciones del día veintitrés acuerden defender, con máximo rigor, una o dos cuestiones clave. Y hacerlo, aunque el color del gobierno de España coincida con el propio, y sea necesario votar contra sus mismas siglas. Una defensa que no se limite a exigir de palabra, sino que tenga esos cinco votos en la carrera de San Jerónimo dispuestos a votar contra el gobierno de turno si no se aceptan los dos o tres asuntos esenciales, los temas sobre los que hay consenso.
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