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La escuela Menéndez Pelayo de Santander es noticia por el problema surgido en la cimentación de su patio. La escuela en la que estudié, ... es ahora el colegio de Educación Infantil y Primaria del mismo nombre. Este año, ese centro educativo cumple el centenario de la presentación de su proyecto arquitectónico y en el año 2027 celebrará un siglo de actividad. Allá por la década de los años cincuenta, el lenguaje distinguía entre escuela y colegio. Los colegios eran privados, regidos por órdenes religiosas, mientras que las escuelas tenían el estatus de públicas, dependientes del ministerio y con profesores de acreditada solvencia.
El proyecto y ejecución de la escuela Menéndez Pelayo fue producto de la dictadura de Primo de Rivera. Sorprende la calidad tanto del diseño como de los materiales empleados en su construcción. El diseño arquitectónico fue obra del arquitecto Javier González de Riancho, autor del Palacio de La Magdalena, que falleció en el mismo año en que presentó la obra y no pudo ver culminada su idea. El edificio es amplio, con techos altos y con una orientación pensada para favorecer la salud de los niños. Un edificio que ha resistido cien años, siendo válido para el objeto para el que se creó.
Lo importante, al menos en mi memoria, que como todas es personal y no universal, eran los profesores. Docentes que dejaron huella. A todos se les trataba de usted. No se me olvidan maestros como don Pedro Gallo, el director. Siempre atento al orden y al bienestar de la escuela. Otros enseñaban a leer, escribir y las primeras nociones de matemáticas, historia, etc… Don Proto inculcaba la caligrafía y la ortografía mediante el clásico método de los dictados, que corregía con un lápiz rojo y mandaba repetir diez veces los errores. Otros profesores con nombres ahora exóticos y en su momento normales: Don Generoso, don Evencio… atendían diferentes materias.
La escuela Menéndez Pelayo era únicamente masculina. Las niñas de esa parte de la ciudad estudiaban en la de Peña Herbosa, desaparecida para dejar paso a la actual sede de la Presidencia del Gobierno regional. Los profesores habían superado la depuración realizada por la dictadura franquista y la ruta docente se atenía a los principios del movimiento. Así, en minúsculas. Aun así, se percibía en algunos docentes atisbos de discrepancia porque intentaron inculcarnos las ideas de libertad y de espíritu crítico.
Una peculiaridad interesante era la existencia de un taller de imprenta. En la primera planta, a la derecha de las escaleras, un pequeño, pero completo equipo para imprimir y enseñar el arte de la tipografía. Una minerva y los primeros chibaletes, que vi por primera vez, permitían componer líneas, que incorporadas a la minerva, imprimían en papel. Los niños nos hicimos nuestras primeras tarjetas de visita. Como complemento, un taller de encuadernación que nos introdujo en el universo del libro y sus entrañas.
En la última planta un pequeño teatro. Todos los años se celebraba una función protagonizada por los alumnos. Recuerdo la escenificación de una versión libre del 'Cantar de Roncesvalles' con un texto basado el poema del siglo XIII. Los alumnos aprendíamos y memorizábamos los versos, para recitarlos vestidos con atuendos medievales. Lo más importante de la escuela eran y siguen siendo sus maestros.
Personas con un gran bagaje cultural y con vocación indubitada. No se limitaban a transmitir conocimientos, sino que ofrecieron una carta de valores y nos entregaron la llave para profundizar en los mecanismos de la vida adulta.
De las aulas del Menéndez Pelayo han salido, en estos casi cien años, miles y miles de personas que son el fruto de los diferentes maestros que ejercieron la docencia con verdadera entrega. Ese es el fruto de una ingente tarea pedagógica. Atrás quedan los diferentes recuerdos: Los de los primeros niños que allá por 1927 iniciaron su formación y los que ahora, niñas y niños, se adentran en la infinita senda del conocimiento.
Sorprende la conservación del edificio. Se mantiene perfectamente la escalera central, de mármol, de una solidez singular y la distribución de las diferentes aulas.
Naturalmente la renovación ha sido constante y se ha añadido una cocina para que los alumnos dispongan de comedor. Allá por la mitad del siglo XX no había comedor. Durante unos años hasta ese rincón de Santander llegó la ayuda americana: unos grandes barriles de cartón llenos de leche en polvo y unas latas que contenían un queso de color naranja. Por las mañanas se servían unas tazas de leche endulzadas con cacao y a la salida, por la tarde, una rebanada de pan con una ración de aquel queso que nos parecía un producto mágico y desconocido.
La escuela Menéndez Pelayo, en las puertas de su centenario, debe ser recordada y mejorada porque ha sido la raíz para varias generaciones de cántabros. Un ejemplo del ascensor social movido por el trabajo, la aplicación de los alumnos y la tarea abnegada de los profesores.
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Ana del Castillo
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