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La historia de la democracia, mucho más corta que la de la humanidad, contiene algunas lecciones que siempre se deben tener presentes. La primera es que el principio de otorgar el poder a los ciudadanos, conlleva aparejada la vulnerabilidad del mismo. Las democracias se pueden ... destruir apoyándose en las ventajas que ellas mismas ofrecen y existen diferentes fórmulas para revertir los avances y regresar a regímenes autoritarios. En este inicio del siglo XXI contemplamos las amenazas que se ciernen sobre las naciones en las que la democracia es una realidad.
El populismo, en sus diferentes formas, es una sombra que gravita sobre naciones con larga historia democrática. El declive de los valores, singularmente la libertad y la igualdad, es otra grieta en la cimentación de las democracias. A ello se añade la eficacia del nuevo paradigma, del que China en un claro ejemplo: El pueblo renuncia a su libertad a cambio de prosperidad y riqueza. Se acepta la dictadura si es para mejorar las condiciones de vida. Algo similar a lo que se hizo en España durante la dictadura, con los planes de desarrollo y el final de la autarquía.
Las democracias se destruyen por dos vías principales: La primera es la violenta, a través de un golpe de Estado o de una revolución. Los ejemplos abundan, desde la revolución de los soviets, que dio lugar a la dictadura comunista en Rusia, hasta la de Franco y Pinochet. Sin olvidar la revolución castrista en Cuba, cuyo régimen pervive tras más de sesenta años de gobierno dictatorial. Este sistema violento lo practican tanto la derecha como la izquierda.
La otra forma de acabar con la democracia es más lenta, silenciosa e indolora. Los golpistas revolucionarios actúan vaciando los elementos de equilibrio del sistema, hasta llegar a apoderarse de los resortes del poder, para no soltarnos nunca. Fue el método de Hitler, quien tras llegar al gobierno por la vía democrática, subvirtió el parlamento, incendió el Reichstag y con el control del legislativo, ejecutivo y judicial logró que los alemanes no volvieran a las urnas. De esa manera se impide que se produzca el relevo de los gobernantes por una vía democrática. Un buen ejemplo es la dictadura bolivariana que instauró Chávez y ahora mantiene su sucesor, Maduro.
Un síntoma inequívoco de ese tipo de totalitarismo, disfrazado de 'democracia orgánica' o de partido único, como en Cuba, es la proliferación de votantes con los pies. La frase hecha «hacer algo con los pies» tiene, en el idioma español, un claro sesgo negativo. Equivale a llevar a cabo una acción equivocada. El sentido literal, en cambio, se aplica a quienes huyen de los países que imponen la dictadura. Se ponen los pies en acción para huir y arribar a lugares donde se pueda vivir en libertad. Varios millones de venezolanos abandonan su patria para asentarse en Estados Unidos o en España. En Cuba la población no crece en los últimos años, porque casi un treinta por ciento de sus habitantes huyeron y siguen haciéndolo cuando pueden.
El rumbo que toma España es preocupante. La concentración del poder en manos del ejecutivo es un hecho evidente y el deterioro de las instituciones debilita los mecanismos de equilibrio y control. Muchas voces se hacen oír para alertar del riesgo de que España pierda su vigor democrático, hasta el punto de poner en riesgo el propio sistema. El debate sobre lo que podría parecer una distopía se ha asentado en España y resulta evidente que la necesaria separación de poderes se ha deteriorado hasta un punto que enciende las alarmas de quienes deben velar por la pureza de la democracia.
Una personalidad como Emilio Lamo de Espinosa argumentó, con autoridad, sobre este asunto. Explicó que en ese proceso hacia el totalitarismo existe un punto de no retorno, cuando es imposible la alternancia en el gobierno. Sus palabras en la UIMP trajeron serenidad y esperanza, sin eliminar la preocupación. A la pregunta de si está rota la Constitución en España o se ha llegado al punto de no retorno, su respuesta fue clara: «No pocos creen que sí. No lo comparto, creo que no estamos ahí. No aún. Pues la pregunta test de una democracia no es si se vota o no sino si la minoría es respetada de modo que pueda ganar las elecciones. La posibilidad de alternancia es el verdadero test de una democracia. Y en ese sentido debemos preguntarnos: ¿Es posible en España hoy que la oposición gane las próximas elecciones? Creo que la respuesta es positiva, es posible. Y mientras eso ocurra me resistiré a decir que la Constitución está rota. Podemos hablar de deterioro o de 'desbordamiento' de la Constitución, como hacen no pocos juristas. Puede que incluso de fraude constitucional. Pero un fraude supone la existencia de lo defraudado. Se pueden ganar las elecciones».
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