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La gestión de la movilidad urbana en la ciudad de Santander tiene una peculiaridad que ha sido marginada por los diferentes equipos que han gobernado la capital, desde que el automóvil pasó a ser protagonista. La ciudad creció en la ladera sur y se extendió ... hasta El Sardinero, pero no ha podido superar la morfología original, que no es otra que un fondo de saco. El mayor atractivo, inamovible, son las playas de El Sardinero. Unos arenales de gran extensión, en zona urbana, que atraen a miles de personas hacia una zona en la que, para retornar hacia cualquier dirección, es imprescindible regresar por el mismo camino, hasta encontrar las vías que nos lleven hacia el Sur, el Este o el Oeste.
Para evitar la saturación del tráfico resulta obvio que determinadas infraestructuras, que atraen a miles de visitantes, no deberían ubicarse en ese lugar, sino en la entrada de la ciudad, de manera que no se obligue a recorrer la trama urbana a quienes acuden a una determinada actividad. Esta cuestión no se ha tenido en cuenta por ninguno de los regidores en los últimos cincuenta años. Por el contrario, se ha recargado el fondo de la ciudad con el campo de fútbol, el centro de congresos y exposiciones, el palacio de los deportes, amén del crecimiento de viviendas en Cueto/Valdenoja. Todos estos elementos atraen tráfico, lo que ayuda a congestionar la ciudad.
En el presente, el gran aparcamiento junto al campo de fútbol se cierra en verano para que en ese terreno se ubiquen las ferias de Santiago y cuando no hay ferias el estacionamiento, pensado para dar servicio a las playas y al campo de futbol, se utiliza para instalar las carpas del circo, el Festival de las Naciones, un mercado de coches o cualquier actividad que inutiliza cientos de estacionamientos a pie de playa. De manera sorprendente –el acuerdo entre gobierno y oposición es casi un milagro– parece que se atisba un alivio a este problema: acondicionar los terrenos de la vaguada de Las Llamas, que aún no se ha convertido en parque, para que sean el lugar en el que se instalen las atracciones de las ferias, los circos y las exhibiciones de todo tipo.
El proyecto de habilitar los terrenos, que aún están en barbecho en lo que será la ampliación del parque de Las Llamas, para las actividades que ahora ocupan las campas junto al campo de fútbol, es una buena idea. Por una parte, libera cientos de plazas para quienes quieran disfrutar de las playas y por otra evita la circulación de miles de automóviles por las arterias principales de la ciudad de uso obligado para acceder a El Sardinero. Esta medida, de llevarse a cabo, no supone renunciar a la ampliación del parque de Las Llamas, porque no conlleva ninguna edificación y el coste del acondicionamiento es muy bajo.
El cambio de ubicación de las atracciones veraniegas no es nada nuevo. Miles de santanderinos recuerdan que en sus años de infancia, allá por la década de los cincuenta del pasado siglo, la plaza de las estaciones –hoy terminal de autobuses– estaba repleta de tiovivos, coches de choque, el tren de la bruja y para los adultos el Teatro Argentino…, sin olvidar el circo de los Hermanos Tonetti. Más adelante el recinto ferial fue completamente nómada: Desde el aparcamiento de la playa del Camello –que en realidad debería llamarse del dromedario– hasta las campas de la Virgen del Mar, pasando el barrio de La Albericia y otros solares.
Ahora, la ampliación del estacionamiento del campo del Racing obliga a elegir unos nuevos terrenos para albergar las atracciones y otro tipo de eventos. De esta forma, surge la oportunidad de poner fin a la trayectoria nómada de las ferias santanderinas y, al mismo tiempo, mejorar las condiciones de circulación en la ciudad. Trasladar el foco de atracción de visitantes de las playas a unos terrenos, en el acceso a la ciudad, supone suprimir cientos de miles de coches que ahora recorren toda la longitud de la ciudad para acudir a las ferias agosteñas.
La planificación urbanística debería tener en cuenta esta especial morfología de Santander y, también, perder la fobia a la construcción en altura, porque esa manera de crear ciudad tiene ventajas y también algunos inconvenientes, pero es evidente que edificar en altura permite ocupar menos terreno, ahorrar en infraestructuras y habilitar grandes espacios para zonas verdes o de usos alternativos.
La idea de destinar una parte de los terrenos, ahora inútiles, en Las Llamas, como sede de las atracciones veraniegas y otro tipo de celebraciones, puede ser el germen de racionalizar el futuro de Santander.
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