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Los valores que cimientan la izquierda surgen de la revolución francesa de 1789. Es más, el propio término izquierda proviene del posicionamiento de los diputados en la asamblea francesa. La izquierda asumió como propios conceptos que ponían fin a la etapa absolutista, para que emergiera ... una nueva forma de gobierno en la que el poder emana directamente del pueblo y que en su lema «libertad, igualdad y fraternidad» condensa el pensamiento de la propia democracia.
En la España de hoy asistimos a un giro total del posicionamiento de la izquierda que encarna por tradición, apoyo ciudadano y estructura de partido, el PSOE. Con las últimas declaraciones del secretario general de los socialistas, Pedro Sánchez, vemos con claridad que el socialismo renuncia a la igualdad. Incluso va más allá y proclama la desigualdad como concepto necesario para que los españoles transitemos hacia el futuro.
La unidad de España se basa en algo más importante que el mantenimiento de un territorio. Significa que quienes habitamos aquí lo hacemos como pares. Si a ello le sumamos la libertad para, dentro de ese marco de igualdad, marcar la ruta de nuestras propias vidas estamos cerca del ideal. Sólo basta la tercera palabra: solidaridad. La forma moderna y laica de la caridad.
En una metamorfosis veloz y radical, la izquierda, o al menos la parte más visible, reniega de la igualdad para defender la diferencia y el privilegio. Si ya en el texto de la Carta Magna se cedió con que hubiera comunidades autónomas de primera y de segunda, al trazar una doble vía para la obtención del estatuto y calificar a algunas como comunidades históricas, ahora nos acercamos a ensanchar esa brecha entre los españoles de unos territorios y los de otros.
Lo grave de permitir que exista una España asimétrica no es ni la unidad de la patria ni ningún otro ideal. No estamos ante valores simbólicos, no. Estamos ante segregar en dos niveles a los españoles: Implantar una casta, con derechos especiales, y el resto a modo de seres inferiores. Lo importante, insisto, no es la unidad de la patria. Lo relevante es que una persona que ha aprobado unas oposiciones a un organismo del estado no puede acceder a un puesto de trabajo ni en Cataluña, ni en el País Vasco ni en Galicia ni, al menos hasta ahora, en Baleares o Valencia. La barrera de los idiomas se lo impide. Por el contrario, un funcionario vasco, catalán e incluso gallego sí puede ejercer en Cantabria, en Castilla, en Andalucía… sin ningún problema. Es más, la carencia de un calendario unificado para la realización de las oposiciones otorga el privilegio de que algunos españoles puedan optar a un examen en el País Vasco y, si no logran plaza, examinarse en Cantabria y tener una segunda oportunidad.
La desigualdad conduce a que, mientras Cantabria carece de una conexión directa por autovía con Castilla, en otras regiones disfrutan desde hace muchos años de redes de alta capacidad de peaje y ahora circulan por autopistas de pago y autovías paralelas gratuitas.
Quienes vivimos en las regiones preteridas padecemos la discriminación negativa. La desigualdad en las comunicaciones ferroviarias es aun mucho más hiriente. El norte de España padece unos trenes del siglo XIX, mientras que el levante español disfruta del AVE en todas su capitales y Madrid se coloca a una hora de Valladolid. La España de dos velocidades se consolida y la abolición de la igualdad, como proteína básica de la democracia, resulta una amenaza para el futuro inmediato.
La izquierda ha adoptado la vestimenta de moda, la marca 'Desigual', para terminar con un concepto que los nuevos exégetas consideran caduco. La nueva doctrina comienza a ser acogida sin signos de protesta por las bases progresistas. Enfrente, la nada. La sociedad civil mantiene un silencio cómplice.
La mayor parte de los españoles estamos amenazados con ser degradados a personas de segunda categoría. La acción de las minorías que afirman vivir en un estado diferente al español ha logrado, de forma lenta pero inexorable, ampliar la brecha entre los territorios con privilegio del resto. La resignación es, hasta ahora, la fórmula aplicada al problema y si no existe una reacción veremos consolidarse un estado que regresará a fórmulas casi medievales, una nación fragmentada en la que los ricos serán más ricos y los menos dotados seguirán cavando la zanja de la desigualdad.
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