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Entre las joyas literarias de España destaca la novela picaresca, un género genuinamente español, me atrevo a decir que casi exclusivo. La figura de la persona que necesita un modus vivendi y que, por razones de cuna, carencia de formación o apoyos familiares, precisa hallar ... una manera de ganarse el sustento, es el personaje central de obras maestras como 'El Buscón', del gran maestro del género, Francisco de Quevedo. La figura del Lazarillo de Tormes es otro retrato genial de la España menesterosa que maneja el ingenio para sobrevivir. El propio Cervantes deja una muestra de su genialidad con el retrato del patio de Monipodio en la Sevilla que miraba hacia América. Mateo Alemán, con su 'Guzmán de Alfarache', escribe otra obra maestra del género.
La picaresca sigue presente en la España del siglo XXI. Naturalmente se ha transformado y ha conseguido adaptarse a los nuevos tiempos. Es interesante como en el siglo de oro y en el presente se pueden comparar los estilos de los pícaros, en algunos casos convertidos en delincuentes.
Los buscavidas del presente han encontrado en la política su mejor caladero, repleto de pesca, y no dudan en esquilmar el dinero de las arcas públicas, un bello eufemismo para ocultar que los euros que sustraen son nuestros, de todos los españoles. Ahora no se trata de sobrevivir a la miseria, sino de enriquecerse, en algunos casos de manera obscena, y exhibir su nueva y exitosa posición económica.
Para ilustrar la nueva novela picaresca ya existe retrato: el pequeño Nicolás, que burló todos los controles de seguridad, y si se necesitara otro icono grotesco, pero ilustrativo, se puede echar mano de las fotos de Roldán, en paños menores, con una botella en la diestra y una colipoterra en la siniestra.
Los nuevos pícaros no se mueven por unas uvas de más o de menos, ni tampoco por los escasos garbanzos que flotan en la sopa del Domine Cabra. En esta tercera década del siglo XXI los neopícaros frecuentan las marisquerías y los salones donde la prostitución no se anuncia con un pendón en la ventana, sino con luces brillantes. Han trastocado los naipes marcados o los dados cargados por su acceso a quienes manejan el dinero del común, el de los contribuyentes. Las trampas no se limitan a las mínimas apuestas en los garitos, no. Ahora se hacen en millones de euros en los restaurantes de lujo –si son de la derecha– o en ostentosas marisquerías y postre con rabizas por los de izquierdas.
La raíz es común en ambos bandos está bien asentada en la historia de una España menesterosa y hambrienta. Siempre el buen comer se muestra como denominador común. Famosas las mariscadas sindicalistas y los restaurantes con estrella Michelin de la derecha. La España eterna y hambrienta encuentra ahora en los excesos gastronómicos su venganza. La hostelería debería acudir en socorro de los corruptos que han dejado en sus cuentas espléndidas cantidades de dinero.
Los episodios de corrupción, siempre protagonizados por pícaros asentados en el poder, jalonan la historia de España: Desde la Banca Catalana de Jordi Pujol, Filesa, Malesa, Time Sport, Roldan o el BOE hasta los ERE de Andalucía, 'tito Berni', Koldo y los latrocinios de la derecha, con la Gurtel como cima y sin perder de vista a Luis Bárcenas –que fue senador por Cantabria– pasando por Zaplana, el Bigotes y otros más.
Con esa historia, nadie debería sorprenderse de la desconfianza de los españoles sobre la clase política. Un desapego que crece, alimentado por constantes sucesos de despilfarro, trapacerías y robos sin matices. Los responsables de esta situación, los dirigentes de los partidos políticos, lejos de rectificar insisten en el error. Ante el conocimiento de un hecho reprobable y delictivo, cometido por alguno de sus dirigentes optan por acusar al contrario de hacer lo mismo, aumentado y agravado.
Los delitos de la derecha, la izquierda y el independentismo no se evitan con la vieja fórmula del «y tú más».
Los ciudadanos tampoco estamos exentos de responsabilidad. Votamos con fruición a los nuestros, sin castigar su corrupción. Los representantes afectos, elegidos con nuestros votos toman decisiones contra nuestros intereses, acuciados por la disciplina del partido, y nunca se levantan voces en el interior de las formaciones políticas, para modificar sus podridos reglamentos.
La picaresca, transformada en delincuencia, se nos presenta en toda su putrefacción y la respuesta es que los adversarios son un poco peores. Nada de penalizar a los nuestros, nada de erradicar el delito. Por el contrario, amnistía para los delincuentes.
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