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El foso que separa a los periodistas de los políticos es un excelente instrumento para evitar la camaradería entre quienes tienen la tarea de informar y opinar, desde la verdad y la sensatez, y los protagonistas de la política que detentan el poder legítimo de ... los españoles expresado en las urnas. Un foso para alejar el compadreo y evitar que la relación entre legisladores y gobernantes con los informadores pase del respeto a la sumisión.
Para el profesional de la comunicación es, en ocasiones, difícil mostrar la diferencia entre lo que dice el periodista y lo que son declaraciones de empresarios, sindicalistas, políticos, etc. Aún es frecuente que se afirme que un medio informativo miente porque reproduce una frase del famoso de turno o del ministro de moda. Los medios transmiten las declaraciones y las decisiones de los políticos, lo cual no significa que se compartan. Es injusto achacar a un medio un titular que puede ser falso, pero que se ciñe a reproducir lo declarado por un actor relevante de la vida pública.
A la falta de cultura periodística de una buena parte de los españoles, se suma la actuación de los dirigentes de los partidos, que tratan de endosar sus errores y fracasos a la persecución de los medios de comunicación. Esa pulsión tan acendrada de evitar reconocer los errores propios para achacarlos a los enemigos externos. En ocasiones, en un alarde de inventiva, llegan los protagonistas a fabular con oscuras conspiraciones, incluso con poderes supranacionales ocultos y malvados.
En estos primeros compases de julio, con las elecciones generales al alcance de los dedos, la pulsión contra los informadores se exacerba hasta extremos ridículos. Desde el presidente Pedro Sánchez, hasta el líder de Vox, casi todos los voceros de las distintas opciones cargan, con mayor o menor virulencia, contra los informadores.
Pedro Sánchez, hasta ahora remiso a conceder entrevistas, ha modificado su estrategia y se prodiga en los platós de TV, en los programas de radio y concede entrevistas para los diarios. El mensaje se repite: Desde el abrasivo «La derecha mediática me odia e inocula veneno» hasta otros más suaves como «el debate mediático está absolutamente desnivelado a favor de las tesis conservadoras». La derecha radical no se queda atrás y su candidato, Santiago Abascal, carga una vez sí y otra también, contra los medios de comunicación que ocultan o tergiversan los mensajes de Vox.
Los populares de Núñez Feijóo, fieles a su perfil bajo, se limitan a alusiones veladas, negativas ante determinadas invitaciones y otras maniobras poco vistosas. Lo más grave es la tendencia a etiquetar los medios, para mermar su influencia y para reducir el alcance de sus mensajes a meros dictados de los gabinetes de prensa.
El periodista, y no digamos el columnista (Julio Valdeón afirma que un columnista es un reportero sentado), debe ser siempre fiel a los hechos y, en ningún caso, tergiversar la realidad para que se acomode a su relato. Sobre la realidad caben las explicaciones, las interpretaciones y las críticas… pero siempre con la verdad factual por delante.
Los políticos no quieren entender que los informadores testan lo que dicen los ciudadanos y que por ello deberían prestar atención a la voz de la calle para modificar, si fuera preciso, su forma de gobernar. Las páginas de un diario o los informativos de TV no hacen sino reflejar el ambiente de la calle. Lo que piensan los españoles que es una mezcla de elogios y críticas, de aplausos y abucheos… de ruido y furia. Los gobernantes deberían escrutar lo que publican los periodistas, porque si lo hicieran, tendrían un conocimiento más preciso de cuando toman medidas acertadas y cuando se equivocan.
La democracia se asienta sobre pilares sólidos que se equilibran entre sí. Uno de los sustentos es la libertad de expresión y la libertad de prensa. Quienes tienen el poder ejecutivo deben respetar tanto los otros dos poderes: el legislativo y el judicial, como también el papel de los medios de comunicación.
Es comprensible que las informaciones o las opiniones vertidas por los informadores disgusten en ocasiones a dirigentes, empresarios, sindicatos, etc. Lo que no resulta coherente es arremeter contra el portador de las noticias, en lugar de tomar nota de lo que opinan determinados grupos sociales para analizar hasta qué punto la información es correcta y adoptar medidas para corregir el rumbo.
Refugiarse en el presunto acoso de los medios no es la manera de gobernar, más bien esa actitud demuestra una falta de cultura democrática.
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