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Una norma básica de la investigación científica es el uso del procedimiento 'acierto- error' para conocer el valor de un nuevo medicamento, una medida económica o la forma de entrenar a un equipo deportivo. La humanidad avanza a base de acumular experiencia de las medidas ... que resultan eficaces y las que, por el contrario, son estériles. Este principio inherente al sentido común se olvida en ocasiones, especialmente cuando interfieren factores externos al experimento. Los investigadores no deben tratar de tener razón, sino simplemente testar sus tesis y ver si son correctas o no.
En todo el mundo, y en España de forma especial, se buscan soluciones para erradicar la violencia contra las mujeres. Y no se trata de debatir sobre el nombre de ese hecho, porque es evidente que es abrumadoramente superior el número de mujeres maltratadas y asesinadas por hombres que a la inversa. La violencia machista es una lacra social enquistada en nuestra sociedad.
El balance sobre las agresiones y crímenes contra las mujeres resulta desalentador. En la lectura de la memoria de la fiscalía, que se presentó hace días, se afirma que el número de delitos machistas no disminuye. No parece que las reformas judiciales, sociológicas, educativas, etc. sean capaces de revertir esta estadística. Bastan algunos titulares de prensa que captan lo esencial de lo dicho por los fiscales: «Siete de cada diez condenados a prisión por crímenes machistas no cumplen su pena»; «El año 2022 terminó con cincuenta mujeres asesinadas, en lo que va de 2023 casi se ha igualado esa trágica cifra».
El medio centenar de mujeres que mueren por la agresión criminal de sus parejas o exparejas cada año se ha enquistado en la estadística española. Si se analiza ese dato con criterio científico, deberíamos aceptar que las medidas adoptadas hasta la fecha no ofrecen resultados positivos, ya que no se percibe un decrecimiento de la violencia, sino que se mantiene en el tiempo.
Una expresión manida es la que afirma que no se puede hacer nada más. Que la única clave reside en la educación para que los hombres internalicen la igualdad y desestimen la violencia. Los hechos demuestran que no basta con formar en igualdad a los jóvenes, porque una buena parte de los criminales asesinos de mujeres y maltratadores se han educado en democracia, con unas políticas enfocadas a combatir la violencia contra las mujeres.
Ante la persistencia de la violencia machista parece obligado replantearse la situación y determinar si se está haciendo todo lo posible. La adopción de medidas pedagógicas es, no solamente necesaria, sino imprescindible. Por ello deben mantenerse los planes para educar en igualdad a las jóvenes generaciones e insistir esa idea entre los mayores. Pero visto que los resultados son magros, parece lógico buscar otras fórmulas complementarias para erradicar la violencia contra las mujeres.
Una vía, inexplorada, es la de endurecer las penas a los asesinos, violadores o maltratadores. Se argumenta, desde determinadas ideologías, que esa fórmula no evita nuevos crímenes. Y es cierto, al menos en una buena parte de los casos. Pero sí se enviaría un mensaje a quienes maltratan o asesinan de que estarán mucho más tiempo en la cárcel y mientras permanecen en prisión no reinciden. Es más, se explicitaría la idea de que violar no es casi lo mismo que matar a la víctima, sino que un homicidio es un delito irreversible y, en consecuencia, debe conllevar un castigo si no proporcional –la pena de muerte está descartada– al menos en equilibrio con los daños causados.
Determinados grupos sociales, con mucha influencia en la sociedad, se mantienen aferrados a las teorías rousseaunianas según las cuales las personas son buenas por naturaleza y es la sociedad capitalista, patriarcal, clasista y desigual la que fabrica delincuentes. La experiencia demuestra que no es así, que la maldad existe y que debe ser contenida para proteger a quienes evitan la violencia y cumplen la ley.
Asistimos a los errores de legisladores incompetentes, a evitar conocer la realidad de las penas nominales impuestas por los tribunales y a construir una burbuja de irrealidad sobre la delincuencia.
Los datos de la fiscalía no deben ignorarse: casi la mitad de las mujeres asesinadas habían denunciado a sus verdugos... Con poco resultado. Una buena parte de los criminales machistas tenían antecedentes por violencia de género y en ocasiones son menores los que cometen los delitos, con lo que no son castigados. La proliferación de bandas juveniles, en las que se utiliza a los menores para perpetrar los delitos, es un asunto alarmante que requiere revisar las actuales medidas.
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