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El experto en logística y expresidente del Puerto de Santander, Jaime González, resaltaba en una conferencia pronunciada hace días la pérdida del concepto de responsabilidad en la sociedad actual, especialmente entre los más jóvenes. La cuestión, planteada por un hombre hecho a sí mismo, aborda ... uno de los elementos esenciales de la sociedad actual: el rechazo a asumir nuestras propias decisiones y tratar de eludir las consecuencias, transfiriéndolas a otras personas o instituciones.
La necesidad de abdicar de las consecuencias de nuestros actos es intrínseca a la condición humana. En la antigüedad eran los dioses los que determinaban el rumbo vital, por lo que las acciones personales apenas si tenían importancia. En el siglo XX fueron los eugenistas los que presentaron una nueva forma «científica» para demostrar que las acciones individuales están predeterminadas por nuestra herencia genética. La desviación de la creencia de la importancia de los genes en la conducta personal condujo a librar a los delincuentes de su culpa, porque los robos y crímenes se atribuían a su herencia genética y no a su voluntad. Surgieron experimentos criminales: cruzar personas, como si fueran animales de granja, de forma que se fueran eliminado los factores negativos y se incrementaran los positivos. Los nazis llevaron esas ideas hasta el delirio con su idea de la raza superior y la eliminación de quienes no tuvieran la genética adecuada. Así surgió el mito del superhombre.
Tras los crímenes nazis, y a pesar del rechazo a las tesis genéticas y raciales, persistió la idea de no responsabilizar a los autores de delitos por sus acciones. En lugar de recurrir a la genética, la ciencia no podía sostener esa teoría, se recurrió a otra más interesante políticamente: la razón de que existieran ladrones, violadores y asesinos se debía a la sociedad. Resurgió Rousseau con su idea de la bondad innata del hombre que pierde por la contaminación de una sociedad egoísta y competitiva.
En el presente, esa tendencia a eliminar la relación de la voluntad con los actos ha tomado diferentes formas para extenderse a distintos modelos. Desde las autoridades se lanzan mensajes para quitar importancia a las decisiones personales. Si un hombre es violento no es porque actúe libremente, sino porque es víctima de una presión social o de la frustración producida por un entorno tóxico.
Se pone la impunidad por encima del sentido común y se libera de responsabilidad a los individuos. Un ejemplo paradigmático fue la frase de una ministra que, tras producirse varias violaciones, dijo aquella frase, convertida en un eslogan: «Sola y borracha quiero llegar a casa». La libertad y los derechos son inalienables, pero junto a esos derechos está nuestra responsabilidad. Cualquier miembro de los cuerpos de seguridad advierte de la necesidad de llevar la cartera a buen recaudo y a cualquiera se le ocurre que caminar en solitario por un barrio conflictivo no es nada recomendable. Junto a la libertad se debe conjugar la prudencia para no ponerse en situación de riesgo.
Los españoles necesitamos recuperar las riendas de nuestras vidas y poner punto final a la dañina teoría de que lo que nos ocurre es siempre culpa de otros: de un Gobierno inepto, de los empresarios, de los sindicatos, de la educación recibida, de la suerte o del destino. Es hora de asumir las consecuencias de nuestros hechos. El Estado debe proteger a las personas mediante una red de social, que ofrezca formación y libertad, pero no puede reparar los errores cometidos por las personas, que en ocasiones conducen a una situación de precariedad. La libertad mantiene el equilibrio con la responsabilidad y no es adecuado enviar mensajes que desliguen ambos conceptos.
Una sociedad democrática tiene el deber de enseñar que la libertad obliga a asumir las consecuencias de los actos propios. Cuando se predica que el esfuerzo por formarse, por ser mejor en su profesión o que lo importante no es trabajar más sino tener más tiempo para el ocio, se envía un mensaje equivocado.
Cuando se habla mucho de derechos y apenas de obligaciones se colocan los cimientos de una sociedad sin futuro y con un presente muy pesimista. Exponer soluciones mágicas tan sólo conduce a la frustración. En tiempos de rechazo a las metas difíciles, al allanamiento para obtener un título profesional para curar, enseñar, informar, construir, etc., es imprescindible exigir al máximo la asunción de las consecuencias de los propios actos. Las excusas no sirven, son moneda falsa. La civilización avanza únicamente cuando quienes la componen entienden que cada una de sus decisiones conlleva una responsabilidad ineludible y que ésta debe ser aceptada para bien o para mal.
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