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«La ciudad es de goma lisa y negra,
pero con boquetes de olor a vaquería,
y almacenes de grano, y a madera mojada
y a guarnicionería, y a achicoria, y a esparto».
Versos de Gabriel Celaya.
Santander es una ciudad partida en dos. Un ... conjunto de personas, edificios, negocios, burocracia y anhelo de un futuro mejor. Santander ha superado catástrofes de gran magnitud y ha sido capaz de sobreponerse a la presión de sus vecinos: desde el este, por los privilegios vascos y por el oeste esa extensa tierra de nadie entre San Vicente de la Barquera y Llanes. La capital de Cantabria tiene una rica historia. Ha sido un referente en el comercio con América y en el desarrollo industrial y cultural.
La capital se enfrenta al desafío de su crecimiento y al reto de ofrecer viviendas a las nuevas generaciones, a quienes llegan desde otras comunidades o países y hacerlo de manera integradora. Cuando se piensa en el desarrollo urbano se olvida, en ocasiones, el doble y dispar paisaje de Santander. Por una parte, el escaparte que se asoma a la bahía: bastante ordenado, con calles bien trazadas, edificios de alturas similares y con zonas verdes abundantes y de gran superficie. La otra cara de la ciudad, con una enorme extensión, es completamente opuesta: un laberinto de calles estrechas, edificios dispares generalmente de una o dos plantas. Recorrer esas calzadas de Cueto, Monte y San Román es degustar los versos de Celaya, porque aún persiste el olor a vaquería.
En la ladera norte santanderina es fácil extraviarse, llegar hasta un punto en el que se termina el asfalto e incluso es complicado dar la vuelta para regresar por el mismo camino. Los viales son estrechos, muy angostos y están flaqueados por tapias típicamente montañesas de piedras en equilibrio inestable. Circular por la zona norte es una aventura en la que el propio GPS resulta inútil.
Media geografía santanderina es desconocida para muchos habitantes de la urbe y supone un considerable derroche de suelo urbanizable. Durante mucho tiempo la ciudad se ha dotado de pomposos planes de ordenación del suelo urbano. Pero esta mitad de la ciudad ha quedado al margen, suspendida en el tiempo como si Cueto, Monte y San Román fueran aldeas y no barrios santanderinos.
Hace años, no muchos, se inició un proyecto para dotar a esa cara oculta de la capital de una senda peatonal y ciclista que permitiera disfrutar a la mayoría de un paisaje costero impresionante y mostrar las posibilidades de desarrollo ordenado y sostenible de unos barrios laberínticos. Naufragó casi sin iniciar la travesía. La oposición de quienes se niegan a democratizar el acceso a determinadas zonas de Cantabria logró que se dejara para el futuro esa senda costera. De esta forma, solamente las minorías que disfrutan de buena forma física tienen para su uso exclusivo esa costa. La idea es nítida: no permitamos que lleguen hasta aquí la gente mayor, quienes tienen alguna dificultad motora… mantengamos el viejo y dificultoso trazado para las elites.
Circular por esas callejas en, el ocaso, amenaza con encontrarse con el Minotauro a la vuelta de una de las infinitas curvas de los caminos. En esa costa norte de Santander el tiempo parece haberse detenido y el paisaje congelado tiene más sabor a pueblos de mitad del siglo XX que a una ciudad inteligente y digitalizada.
Dentro del dédalo de callejuelas, tapias, caminos sin salida y un caos en la señalización se esconde una oportunidad: levantar en esos terrenos un nuevo Santander capaz de ofrecer viviendas en alquiler o en propiedad a los jóvenes y hacerlo con unas condiciones asumibles. El Ayuntamiento anuncia la inminente construcción de pisos en la zona próxima al Pctcan. Una buena iniciativa, pero es preciso impulsar mucho más la promoción de pisos, porque en los últimos años ha crecido la demanda mucho más que la oferta.
Esa zona del norte santanderino presenta una alternativa al problema de la vivienda. Ante la falta de pisos con alquileres asequibles y de apartamentos en venta que multipliquen la oferta y obliguen a bajar precios, la ciudad tiene miles de metros cuadrados que, con un planeamiento sencillo y un proceso complejo, pero viable, de acuerdo con los propietarios de huertas, casas de una o dos plantas, cobertizos, etc. permitirán la edificación de varios miles de viviendas, en un entorno ordenado y a precios moderados.
Ante la escasa oferta y la alta demanda la solución es elemental: ampliar el número de pisos en alquiler y venta, de forma que el mercado llegue al punto de equilibrio.
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