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La responsabilidad personal es un elemento esencial en la articulación de una sociedad democrática, libre y abierta. Durante los últimos años, la tendencia social resulta preocupante. Los españoles eludimos las consecuencias de nuestros actos y las transferimos a las instituciones públicas o los errores del ' ... sistema'. Los ejemplos de estas conductas proliferan de manera alarmante. Lo más grave es que crece el relato de la impunidad sobre las propias decisiones y se consolida el argumento de que cada imprudencia debe resultar impune y gratuita.
Hace pocos días, Ana Bringas informaba, en este periódico, sobre la masiva afluencia de turistas al faro del Caballo en Santoña. El lugar ofrece peligros que están perfectamente anunciados, pero las infracciones son permanentes. Desde los que se lanzan al mar, pese a la prohibición bien visible, hasta quienes tratan de subir la larga y empinada escalera y terminan necesitando ayuda, e incluso atención médica, porque no tuvieron la suficiente prudencia para medir sus fuerzas.
De manera similar, la audacia desmedida se percibe en quienes, sin la preparación imprescindible, se la lanzan a escalar montañas, afrontar vías ferratas o nadar cuando ondea en la playa la bandera que advierte peligro. En algunos casos, quienes cometen temerarias acciones ponen en riesgo a quienes acuden a rescatarlos y, además, consumen recursos públicos.
La idea de que la libertad individual carece de límites es errónea y por ello debe hacerse pedagogía sobre el hecho de que la libertad puede generar consecuencias, que deben asumirse. Quienes cometen un acto ilegal deben ser castigados y aquellos que por imprudencia manifiesta obligan a movilizar medios de rescate, que pagan el conjunto de la sociedad, deberían afrontar las consecuencias y, al menos, asumir el coste del mismo.
La idea de que la libertad no lleva aparejada responsabilidad es un elemento perturbador de la sociedad. Los mensajes que emanan de los líderes, ya sean políticos o mediáticos son, en la mayor parte de los casos, sensatos y adecuados. Las campañas que anualmente promueve la dirección general de tráfico para que los conductores circulen con prudencia y respeto a las normas son un ejemplo positivo. Quienes gobiernan recuerdan que la libertad para manejar un vehículo no es ilimitada y que toda precaución es poca.
También hemos asistido a pronunciamientos desde las más altas instancias gubernamentales completamente desafortunados. Lanzar el eslogan «Sola y borracha quiero llegar a casa» resulta contraproducente. A cualquier persona, sea mujer u hombre, se le debe aconsejar que si bebe alcohol y limita o pierde sus capacidades de autocontrol se expone a serios peligros. Quienes transportan dinero lo hacen en furgones blindados y con vigilantes armados, porque saben que tienen libertad absoluta para circular con grandes cantidades de billetes por donde quieran, pero son conscientes de que deben tomar medidas para evitar ser robados.
En esta semana que hoy concluye, se han producido en España tres casos de violación grupal y no parece que los legisladores acierten con las medidas que eviten la repetición del caso de la manada de Pamplona hace años. El mensaje que se debe transmitir, especialmente a las mujeres que son víctimas de la violencia por parte de los hombres, es de prudencia y uso de sentido común. La libertad, a la que tienen pleno derecho, conlleva riesgos y como en otros aspectos de la vida, es preciso saber que el mal existe y que la humanidad es más devota de Hobbes que de Rousseau.
En todas y cada una de las decisiones que una persona toma a largo de su vida sabe que tiene libertad de elección y también que tomar uno u otro camino tendrá consecuencias. Quienes tienen el poder legítimo para no solamente promulgar leyes, sino también enviar mensajes a los ciudadanos, deberían poner el acento en ese binomio que existe entre libertad y responsabilidad.
Una sociedad democrática, libre y abierta tiene la obligación de equilibrar la libertad y la responsabilidad de los ciudadanos. Un estado que no proteja a los más vulnerables será siempre defectuoso. Un estado que no valore el trabajo, el estudio y el esfuerzo tenderá a la decadencia y la injusticia. Tiene especial importancia concienciar a las personas de que tienen en sus manos su presente y su futuro. En la misma medida, admitir que quienes asuman su responsabilidad deben ser premiados
Los riesgos de la carencia de una red de seguridad que atienda a quienes se encuentran en peligro de exclusión social son muy grandes. De la misma manera si no se enfocan las ayudas a la inserción en el mercado laboral, se cometerá un error capaz de deteriorar la convivencia.
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