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Estamos en un pabellón cualquiera de un sábado cualquiera. Un muchacho bota un balón, aunque, por la torpeza con la que lo hace, parece que ... fuera el balón el que lo llevara a él. A trompicones se queda debajo del aro, lanza a canasta y… ¡falla otra vez! Lo mismo sucede con los pasos, los dobles… un sinfín de errores mejorables que cualquiera de nosotros entiende porque la perfección no existe, están en formación y es deporte base.
Seguimos en el pabellón cualquiera del sábado cualquiera. Un árbitro sanciona una jugada y el público, casi todo padres y madres de la muchachada, se enciende y comienza a gritar y a sentirse agraviado. Da igual que el árbitro haya demostrado con sus acciones que no hace distingos, que, al igual que los jugadores, comete errores hacia los dos equipos por igual, pero la afición ya tiene claro el culpable desde antes del partido y contra él dirigirá su ira, soltando los tacos más usuales, clásicos y desagradables de nuestro idioma.
La escena es cotidiana y se produce cada fin de semana en los pabellones de Cantabria. Cuando mis hijos apostaron por el baloncesto como deporte, quedé encantado porque pensé que el público sería más respetuoso y que habría una clara diferencia con el del fútbol. Por desgracia, cada partido compruebo que no es así, que el deporte, que debería ser motivo de superación y concordia, saca las más bajas pasiones de los aficionados, quienes suelen mostrar una agresividad extrema ante lo que ellos consideran errores arbitrales y reclaman continuamente cualquier acción que les perjudica, pero callan cuando salen beneficiados. Poco importa que sus hijos hayan fallado, la culpa es siempre del mismo y no dudan en apabullarlo.
En balonmano, me contaban que, dado el nivel de gritos y conflictos semanales, se había creado la figura del moderador de grada, un padre por equipo encargado de velar por el buen comportamiento de estos y que mediaba cuando alguno se enardecía ante una decisión arbitral. Moderador de grada, toma ya. Para dar ejemplo, toma ya. Un cargo rotativo que busca concienciar a los mayores de la importancia del respeto en un momento en el que han de ser referentes para sus vástagos. La idea es buena, aunque el hecho de tener que crear esa figura no sea para sentirse orgulloso. Las normas aparecen cuando el sentido común no hace acto de presencia.
No hemos avanzado nada desde que yo jugaba al fútbol allá por los años ochenta. Ni siquiera hemos cambiado la manera de insultar. No sé, si no aceptan el error como parte de la vida, deberían, al menos, proferir otro tipo de gritos como el que encabeza este artículo. Eso relajaría el ambiente.
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