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No se puede convertir la educación en algo lúdico por miedo a traumatizar al alumno. También el desprecio por la tradición cultural occidental, está generando ... una crisis educativa sin precedentes. Así se engendra una generación insegura, incapaz de tomar decisiones. Algunos profesores tienen miedo a enseñar porque no quieren influir demasiado en los alumnos. La memoria como la facultad de aprender de quienes nos precedieron, conocer sus hechos, sus pensamientos, su ciencia y su arte, está totalmente desprestigiada. Convertir en pura distracción el arte, la poesía, la pintura, la escritura, la música, la arquitectura, tiene penosas consecuencias.
Alicia Delibes, en su libro 'El suicidio de Occidente. La renuncia a la transmisión del saber' (Encuentro, 2024), ha hecho un análisis profundo del origen de la crisis educativa que padecemos. La educación y la cultura fundadas sobre los principios de la Ilustración se han cambiado, cediendo al relativismo cultural, valorando la cultura occidental como una más y acusándola de arrogante.
A ese relativismo cultural se incorporó la teoría de la deconstrucción de los filósofos de la llamada Nueva Izquierda de los años sesenta y el pensamiento de mayo del 68. Como no existe un conocimiento objetivo y el sistema tradicional de enseñanza es un invento de la clase dominante, hay que apartarse de él y configurar un nuevo modelo, una escuela libre y democrática. Esas ideas inspiraron las leyes educativas de gran parte de Europa occidental. El último paso lo dan los activistas de la ideología woke que llaman a destruir todo símbolo de la cultura occidental.
A partir de mayo del 1968 se decidió que la misión de la escuela no debía ser elevar el nivel cultural de la población ni desarrollar al máximo sus capacidades, sino que se trataba de igualar las desigualdades que causan las diferentes capacidades intelectuales. En Inglaterra, el libro 'El futuro del socialismo', escrito por el laborista británico Anthony Crosland, defendía que el socialismo, para conseguir una sociedad más igualitaria, debía olvidarse de nacionalizar empresas y apropiarse del control de la educación. En 1964, ya ministro de Educación del Reino Unido, fue el artífice de la extensión de las Comprehensive Schools, centros de enseñanza secundaria nada exigentes y que ofrecían el mismo plan de estudios para todos los alumnos. Este modelo inspiró a los socialistas elaboradores de la Logse en España.
Según los clásicos, la formación del espíritu del hombre exige el desarrollo de su memoria, su entendimiento y su voluntad. El desarrollo del entendimiento como capacidad de comprender, pensar y razonar, acabó viéndose como una fuente de desigualdades entre las personas. Y una escuela democrática debía tener como objetivo corregir esas desigualdades que son sociales, según algunos pedagogos. En cuanto a la formación de la voluntad no puede hacerse sin disciplina y sin sacrificio. Pero estas dos palabras están proscritas en la pedagogía progresista. Por otra parte, desarrollar la memoria y la inteligencia contribuye a reforzar la voluntad, tan necesaria para muchas tareas que se presentan en la vida.
Los currículos se presentan con un vocabulario para expertos en pedagogía. Los padres no comprenden nada, pero no parece importarles mientras su hijo está atendido y vaya pasando de curso. Actualmente, se puede decir que existe un desprecio general por la cultura.
«La variedad desaparece en el seno de la especie humana; en todos los rincones del mundo se encuentran las mismas formas de actuar, pensar y sentir», predijo ya Tocqueville. Lejos de ser cosmopolita, nuestro mundo no ofrece más que una yuxtaposición de identidades empobrecidas. Thomas Bauer, catedrático de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad de Münster, ha dedicado un libro a 'La pérdida de la ambigüedad: Sobre la univocación del mundo'. Al contrario de los prejuicios contemporáneos, la religión católica fue sorprendentemente tolerante en materia de ambigüedad. Bauer muestra cómo las formas artísticas contemporáneas se fundan en el rechazo de la ambigüedad, ya sea mediante la promoción de la insignificancia, ya por el culto a la exactitud matemática.
¿Cómo escapar a esta terrible alternativa? Cultivando el matiz, prefiriendo el espíritu de la delicadeza al espíritu de la geometría, frecuentando a esa gente que duda y que escucha el vaivén de su corazón. Encontrando refugio en las novelas y en las iglesias, allí donde todavía se conocen las sutilezas del corazón humano.
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Ana del Castillo
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