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Poco a poco asistimos a la victoria de los deseos y caprichos sobre la razón y la moral. La sociedad viene configurada por un espíritu superficial que hace a sus ciudadanos perezosos para razonar e incapaces de luchar por algo que vaya más allá de ... lo que les apetece o desean en ese momento. Casi todo está pensado para provocar emociones o alimentar deseos inmediatos. La señal de que acierto, de que estoy en la verdad es que me siento bien. Y la moralidad de las acciones depende de la emoción que despiertan. Una falsa idea de autonomía deja a la persona encerrada en sí misma, en sus emociones como único criterio de vida. Las emociones son un componente importante de la persona humana, pero que hay que educarlas porque no pueden ser el único criterio de vida.
¿Por qué los jóvenes no se casan, a pesar de que casi todos desean una seguridad afectiva estable y un matrimonio sólido? Además del miedo a equivocarse y fracasar, hemos de tener en cuenta el emotivismo, la personalidad adolescente y la primacía del amor romántico. Muchos jóvenes llegan al matrimonio con una mentalidad adolescente, propia de sujetos emotivos, incapaces de hacerse cargo de las responsabilidades de la vida común. Se dejan llevar únicamente por el amor romántico, obviamente necesario pero no único. Considerar el amor como algo meramente espontáneo fuera de toda obligación, conduce al fracaso. La verdad del amor no se mide sólo por la intensidad de sentimientos que suscita. Y cuando se piensa así, el tiempo puede desgastarlo internamente. Los jóvenes de hoy se dejan llevar demasiado por el amor romántico, amor obviamente necesario pero no suficiente.
«El emotivismo ha borrado de nuestra memoria que a veces hemos de cumplir con nuestras obligaciones, aunque no sintamos nada al hacerlo, y que algunas cosas es necesario hacerlas no porque yo me sienta así o asá con ellas, sino simplemente porque son mi deber», recuerda el filósofo Miguel Ángel Quintana Paz en su artículo: 'El imperio del emotivismo'. Vivimos en una sociedad donde hay un agotador exceso de deseo, que Pedro Herrero, experto en comunicación política, califica como 'dictadura del yo' que impide ver más allá de uno mismo. Esta sociedad engendra personas débiles, maleables y desvinculadas, completamente expuestas a la manipulación.
Pero precisamente estas personas expuestas a la intemperie, necesitan más que otras las propuestas de vida buena y feliz que desde la fe podemos ofrecerles. Hay que dejarse de lamentaciones, insiste Pedro Herrero, y hacer «una propuesta robusta en término de valores, propósito y sentido, pues hay una parte de la sociedad que ve que lo que nosotros proponemos es más sólido que en lo que ellos están apoyados, por lo que de esta situación de debilidad pueda nacer un orden más sólido, virtuoso y verdadero».
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