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A lo largo del siglo XXI se llevan a cabo cuestiones que vulneran derechos de los seres humanos, unos 'nuevos derechos' que dañan a personas muy vulnerables y conducen a la cosificación de seres humanos. «Cada uno puede hacer con su cuerpo lo que le ... dé la gana». «Mi cuerpo me pertenece y puedo alquilarlo para concebir un hijo para otra mujer u hombre». Pero la paternidad y la maternidad no son un derecho positivo. Son un don de Dios, no un capricho de los seres humanos. Las mujeres no son incubadoras y ser madre no es en sentido estricto un derecho. En cambio, los Derechos Humanos recogen el derecho de los niños a crecer con sus padres, pero no existe ningún 'derecho a tener hijo' ni a 'adquirir hijo', ni a poner en riesgo el cuerpo y la salud de otra mujer para que conseguir un hijo.
En el tema de la gestación subrogada, las posiciones son muy contundentes: se defiende porque es un pacto libre entre adultos cuyo desenlace es la feliz creación de una familia basada en el amor o se ataca porque, antes de esa bonita historia, es obligatorio abusar del vientre de alquiler de una mujer indefensa. Los úteros de pago ponen un precio a la mujer gestante y al hijo que lleva dentro. El hijo pasa a ser un bien que se puede comprar y vender. Por su parte, la madre se convierte en una suerte de máquina de engendrar: se alquila y es despojada de su criatura nada más nacer. Se cosifica a la mujer, se ignora su dignidad y se lesionan sus derechos como persona.
Las madres de alquiler son un paso más en una senda que conduce hacia la eugenesia. Si olvidamos los límites morales, la humanidad se precipita hacia una aterradora ingeniería genética. Los ricos tendrán hijos más inteligentes y más hermosos, merced a una selección previa en laboratorio, solo al alcance de los más pudientes. Quienes celebran este contrato de gestación subrogada pueden decidir todo sobre el cuerpo de la gestante; es decir, pueden elegir qué hacer con la vida del menor y cómo debe actuar la madre. Pueden ordenar que la gestante se someta a una cesárea, su dieta e incluso el aborto en el caso de que ya no quieran al bebé.
No se conoce mujer alguna que, con plena independencia económica, se dedique a hacer de incubadora de nadie. Una persona con pasta se aprovecha de la pobreza de otra sin ella para utilizarle como nodriza y arrancarle de sus brazos la criatura que ha crecido en sus entrañas.
La mujer se convierte en una mercancía a la venta. El concepto vientre de alquiler lleva aparejado una compensación económica a la mujer que gesta al bebé. En algunos países se cubren los gastos propios del embarazo porque se supone que ha de ser algo altruista, pero en otros constituye directamente un pago por un recién nacido. Y lo que es peor, la gestación subrogada mueve mucho dinero que va a parar a las agencias e intermediarios y no la mujer gestante.
Entre la madre gestante y el niño en su seno se comparten gozos y sobresaltos. Esta sensación de apego se transmite en el genoma. La separación de ambos supone un choque muy fuerte. Diversos estudios afirman que las mujeres que alquilan su vientre sufren consecuencias psicológicas y emocionales. Un 10% de ellas necesitan terapia intensa para poder superarlas.
Se da algunas veces el caso de que una pareja muy maja, rica, quizá famosa, encarga bebé o gemelos y asegura a las gestantes (siempre invisibles, pobres y lejanas) que los bebés estarán muy bien. Luego se separan, se pelean y se reparten los bebés como productos... Los niños también sufren no poco si cuando van siendo mayores se enteran de que vinieron al mundo para curarle un dolor psicológico a una persona mayor que probablemente ya no viva.
Y no olvidemos que si se asumen como legítimos los vientres de alquiler, también la venta de órganos, la eutanasia, el aborto, el tráfico de drogas, la pena de muerte o el cambio registral de sexo, serán admitidos legalmente.
¿Cuál es lo que subyace en este planteamiento? Vivimos en una sociedad que confunde los deseos con los derechos. No es suficiente desear algo para tener derecho a ello. Querer morir, sentirse mujer siendo hombre o aspirar a tener un hijo pueden ser emociones, sentimientos o necesidades reales, pero no son derechos.
Todo esto es manifestación de la creciente tendencia del ser humano a jugar a Dios. Negamos el hecho biológico, la ley natural y el sentido común. Machacamos embriones en operaciones eugenésicas. Y no hay límite alguno de índole moral. Dios ya no existe, así que todo lo que biológicamente se puede hacer, se hará y el fin siempre justificará los medios. Por otra parte, el punto 2367 del Catecismo de la Iglesia católica considera que las técnicas que provocan «una disociación de la paternidad» mediante una persona extraña a los cónyuges, como puede ser la donación del esperma o del óvulo o préstamo de útero, «son gravemente deshonestas».
No juzgo ni condeno a nadie que haya recurrido a la llamada gestación subrogada para tener un hijo. De eso se encargará Dios. Pero hemos de saber la moralidad o inmoralidad de los hechos.
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