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La operación de anexión de territorio ucraniano que Rusia planeaba para unos días se ha convertido en una guerra de tres años. «Un aniversario doloroso ... y vergonzoso para la humanidad», según el papa Francisco. La guerra siempre es una catástrofe, una tragedia política y humana.
Son muchos muertos y desplazados, casi siete millones de refugiados en otros países, muchos traumas causados. Por estas y muchas razones más la paz no puede ser un canje entre gobernantes como si la política fuera un negocio. Sería cerrarla en falso y favorecer el ansia de los dictadores por anexionarse otros territorios. Elon Musk, dueño de X (antigua Twitter) apoya a base de bulos en las redes sociales los intereses del presidente de Estados Unidos.
No es lícito evitar el término 'dictador' para referirse a Vladimir Putin y aplicárselo a Volodomir Zelenski. Ni convertir un acuerdo de paz en un contrato para beneficiarse de los minerales raros. El agresor no puede resultar vencedor.
Busca la paz quien mira con empatía hacia las víctimas. No es buscar la fórmula mágica que no existe. Es un proceso laborioso y a menudo largo y complejo. El salesiano ucraniano Oleh Ladnyuk dice que le duele «en el alma que la invasión rusa de su país se pueda cerrar con el agresor como gran triunfador». «La paz sin justicia –añade– es tan solo un respiro para algo mucho peor. El nuevo orden mundial no puede derivar en pisotear los derechos humanos para exclusivo beneficio de una élite económica y tecnológica».
La Iglesia defiende la paz unida a la justicia. El papa Francisco ha pedido solidaridad con el «martirizado pueblo ucraniano». El primado de la Iglesia greco-católica ucraniana ha escrito: «Recordamos y rezamos. Apoyamos y defendemos. Nos mantenemos firmes y luchamos, siempre conscientes de que la dignidad que Dios nos dio, ninguna fuerza en la tierra puede arrebatarnos».
Pedro Zafra, sacerdote cordobés con más de trece años de misionero en Ucrania, abrió las puertas de la parroquia a quienes se refugiaron en ella conviviendo en la fe 'como si fuera un monasterio'. Han constituido grupos de apoyo psicológico y espiritual para las familias que perdieron sus seres queridos. «Hay mucha incertidumbre ante las posibles condiciones de paz que nos pueden imponer», asegura. Y añade: «Por un lado vemos cómo Dios no nos abandona, pero por otro, se muestra ante nosotros el sufrimiento de la gente. Muchos hombres tienen miedo a ser movilizados y las familias sufren una situación de precariedad»..
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