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El consumismo exagerado lleva a la cultura del aburrimiento. Es una sensación de cansancio y vacío que se produce cuando no hay estímulos interesantes. Las ... principales características del aburrimiento son: falta de interés, dificultad para concentrarse, bostezos, somnolencia, indiferencia, percepción de que el tiempo pasa lentamente.
Se ofrecen tantas posibilidades de emplear el ocio que nada sorprende y todo aburre. Sólo cuando se está liberado de las necesidades vitales es cuando abunda el aburrimiento. El malestar se actualiza hoy en formas muy sofisticadas, aparentemente contrarias. Me refiero a los ideales de salud perfecta, de felicidad continua y obligatoria, de productividad por encima de todo.
Tradicionalmente el aburrimiento era cosa de gente rica. Rousseau, en el 'Emilio', enseña: «El gran azote de los ricos es el aburrimiento. En medio de muchas costosas diversiones, rodeados de tanta gente que se ocupa de hacerles la vida agradable, se aburren hasta la muerte» (Emile, ou de I'éducation, IV libre, p. 438, ed. Richard). Cuando en la vida ya no hay problemas, es la vida misma la que se convierte en problema: ¿Qué hacer hoy? Está a nuestra disposición algo decisivo -el tiempo- que no queremos o no sabemos usar.
El aburrimiento es un fenómeno que se agudiza en los últimos siglos. Precisamente la gente más instruida es la más capaz de aburrirse. Lo advirtió Nietzsche: «Los animales más finos y más activos son los primeros capaces de aburrimiento». Porque se lanzan a muchos mundos posibles que, una vez conquistados, decepcionan.
El aburrimiento es una forma de debilidad. La imaginación del pasado o la del futuro son muestras de huida de la dureza de la vida real. Pero, ¿hacia dónde huir, entonces? No queda más que un sitio: hacia mí mismo. El aburrido percibe el pasar del tiempo como un vacío. Y el aburrimiento produce problemas bien palpables: deriva en desidia, en apatía, en pérdida del sentido de la vida. Ahí ha nacido la cultura del aburrimiento.
Es verdad que hay un sano aburrimiento, 'el dulce no hacer nada' típico italiano o la 'descansada vida' de Fray Luis de León. Pero cuando el aburrimiento domina la vida del individuo, empiezan los problemas. Como suele ser habitual ante los fenómenos sociales de masas en una sociedad supercapitalista, no han tardado en aparecer grandes compañías dispuestas a explotar el aburrimiento. La cultura del aburrimiento genera un efecto dominó. Ocasiona la pérdida de interés por la realidad que nos rodea, la pérdida de la curiosidad y de la necesidad de adquirir nuevas habilidades y conocimientos
La pregunta con la que culmina 'El malestar en la cultura' permanece con el paso del tiempo: ¿el desarrollo cultural logrará dominar la perturbación de la convivencia que proviene de la inclinación agresiva y autodestructiva de los seres humanos?. Este problema no sólo es actual, sino urgente. Generalmente se suele decir que el aburrimiento es una cierta muerte personal, una tristeza o tedio.
El que se aburre es alguien que rechaza. Aburrirse significa no aceptar: abhorrere, aborrecer. Al rechazar al otro y no encontrarme conmigo mismo, me encuentro vacío. Por tanto para encontrarme a mí mismo tengo que aceptar al otro, tomarle en serio. Pero, eso requiere un trabajo, un verdadero trabajo, muy sencillo pero difícil: cambiar el lugar de la negación. Si antes negaba lo de fuera, ahora he de negar lo de dentro, he de negarme a mí mismo. Es la condición imprescindible para aceptar al otro. Esa negación se suele llamar humildad, que es la causa de la maduración, de la madurez. El perpetuo crítico es el perpetuo inmaduro.
Ahora bien, ¿qué significa aceptar a otro como absoluto y, sin embargo, relacionarme con él? Significa dialogar. Vemos así que el diálogo tiene su origen en el esfuerzo de negación de uno mismo y dejarse maravillar por la realidad del otro. El amor y la fuerza dan lugar a la palabra en el diálogo: tengo algo que decir, porque me he vencido y me he llenado del otro, que me entusiasma. Así, puedo responder. Ese responder es un activo dar a luz en la verdad. Es una novedad pero no caprichosa, sino originada por el encuentro con lo real, con el otro. Según el famoso dicho de San Juan, «en el amor no hay temor». Y tampoco hay soledad. Si bien es cierto que la unión completa no es posible en este mundo, son el diálogo y la esperanza los que convierten definitivamente el regalo, el don, en algo verdadero y, aunque no pueden quitar todo encerramiento accidental, apartan, sin embargo, toda soledad esencial.
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