Secciones
Servicios
Destacamos
El perdón es la columna vertebral de nuestra liberación interior. El perdón lo tenemos que ejercer diariamente. Pero muchas veces preferimos enfadarnos, disgustarnos y quejarnos en vez de perdonar sinceramente. Tenemos que perdonar también lo que nos disgusta y desagrada. Y esto ocurre cada día ... en nuestra vida.
Pero, ¿a quién tenemos que perdonar? En primer lugar, a nosotros mismos. Porque muchas veces no estamos a la altura de nuestras ilusiones, deseos y esperanzas. Nos cuesta perdonarnos. Frecuentemente tratamos de no pensar en ello, pero no nos perdonamos. También hemos de perdonar a los demás: porque no nos comprenden o no nos hacen caso, no viven con nosotros una relación serena de colaboración. En ocasiones mostramos nuestro enfado, pero más frecuentemente nos guardamos dentro pequeños disgustos, pequeñas amarguras que se van acumulando y salen disparadas cuando explotamos. Pero raramente perdonamos.
Como vemos son muchas las cosas que tenemos que perdonar. Pero no se trata de un perdón formal, no convencido, sino de una sanación de los rencores, incluso inconscientes a través de la paciencia y de la aceptación de la realidad.
«En toda ofensa al amor, en toda herida hay un perdón que dar o recibir, para no caminar encorvados, desconfiados y tristes, para no elegir un comportamiento que se enmascara y se encierra en papeles, modelos y mecanismos de defensa, que a menudo tienen sus raíces en los resentimientos y en el perdón negado. Si examinamos muchas actitudes nuestras y de otros, percibimos de hecho que los bloqueos del diálogo y los mecanismos de defensa tienen a menudo su raíz en resentimientos no sanados. ¿Cuántas veces nos preguntamos: ¿por qué soy así? ¿Por qué hago cosas que no quisiera hacer? ¿Por qué me encierro y no sé comunicarme? ¿Por qué esta incomodidad y este malestar?
Es posible que la respuesta esté justamente en la falta de perdón, que nos encadena a situaciones del pasado, cuyo origen hemos olvidado, o tal vez sea el presente el que nos remite a situaciones desagradables del pasado. Pues bien, he aquí que el Señor nos perdona; el Señor puede cancelar nuestras perturbaciones y, con ello, la incomodidad y la angustia que nos atenazan.
En la oración el Señor puede hacer que afloren detalles precisos que perderán la aspereza de los malos sentimientos justamente porque tendremos con nosotros su presencia. Hemos de aceptar todas las cosas de nuestra vida en la paz de un corazón que anhela ser sanado por Dios». (S. Cherubini, El río de nuestra vida, Roma 1998).
El premio de saber perdonar y, sobre todo, de saber perdonarnos es estar contentos. Sólo un corazón pacificado que perdona se vacía de hastíos, amarguras y rencores. Incluso los hechos más traumáticos pueden ser asimilados porque las heridas que produjeron están sanadas. La raíz de estar contentos siempre es abandonarnos totalmente en las manos de Dios. Las pruebas, también las pequeñas y numerosas, convenientemente aceptadas, purifican el corazón de rencores y lo convierten en un corazón capaz de afrontar las dificultades. Y nos preparan para superar las grandes pruebas. No resulta extraño que el perdón sea un eje central del evangelio (Mt. 6,11-15; 18,21-22; 18,23-35).
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Fallece un hombre tras caer al río con su tractor en un pueblo de Segovia
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.