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La pobreza material de los jóvenes de hoy se puede describir con cierta facilidad. Abarca las dificultades que experimentan para terminar estudios universitarios, ya caros de por sí, que además necesitan completarse con un máster más caro todavía. O para encontrar trabajo, para vivir independientes ... de sus padres. Se les culpabiliza de falta de esfuerzo y de llevar una buena vida comparada con la de generaciones anteriores etc… Pero casi la mitad de los jóvenes españoles vive una situación vital de ansiedad, desánimo y pesimismo porque no ve futuro. Solo el 30,8% cree que tiene una buena salud mental, según una encuesta de la Confederación de Salud Mental España del pasado año. A esto se añaden los cambios brutales que ha desencadenado la última revolución tecnológica, la incomprensión que siente la juventud y los reproches que recibe por usar demasiado las pantallas. «La presión social, la imagen que se da de los jóvenes, de lo que algunos llaman la generación de cristal, porque dicen que no poseen cultura del esfuerzo, que lo tienen todo, es demoledora para ellos. Es la primera generación en España, que, en principio, va a vivir peor que sus padres», señala la socióloga Marta Delgado, una de las autoras del estudio 'La situación de la salud mental en España', de la Confederación de Salud Mental y la Fundación Mutua Madrileña, de 2023.
La pobreza afectiva es más complicada. Se sienten interiormente solos, aunque tengan muchos contactos. Experimentan nostalgia y aburrimiento sin olvidar el fenómeno creciente de la melancolía que hoy se llama salud mental. El estudio realizado por el Observatorio Estatal de la Soledad no Deseada de Fundación ONCE demuestra que el 69% de los jóvenes entre 16 y 29 años se han sentido solos en algún momento de su vida. A su vez, el 20% de los jóvenes que escriben a Aute por redes sociales manifiestan su deseo de encontrar una comunidad para vivir su fe. La psicología y la psiquiatría conocen lo que se denomina «síndrome de la soledad». Se trata de una patología caracterizada por el egocentrismo, la tristeza, la susceptibilidad paranoide… Es un sentimiento desconsolador de desarraigo y aislamiento producido por el vacío existencial del desamor padecido.
Puede parecer una paradoja que la soledad se dé en un mundo tan intercomunicado como el actual gracias a las nuevas tecnologías. Somos «solitarios interconectados». «Una de las mayores pobrezas de la cultura actual –denuncia el papa Francisco– es la soledad, fruto de la ausencia de Dios en la vida de las personas y de la fragilidad de las relaciones. Asimismo, hay una sensación general de impotencia frente a la realidad socioeconómica que a menudo acaba por aplastar a las familias»
¿Cuándo se trata de malestar emocional y cuando pasa a ser una patología? Cuando les impide tener una vida normalizada ha pasado a ser una patología. Es decir, cuando tienen una conducta difícil y, además, duermen mal, tienen un comportamiento alimentario poco normal, se encierran en casa y no socializan. La clave del cambio que se está dando en este campo es que son tiempos de más transparencia y hay que insistir en que aumente más. Ir al psicólogo es adecuado cuando se da una patología. Pero cuando no es así no es lo más recomendable. Conviene que caigan en la cuenta de que hay situaciones que tienen que vivir, que forman parte de su maduración y que no deben exagerar. Uno de los grandes problemas es que muchos todavía no saben pedir ayuda.
La pobreza afectiva de los jóvenes tiene una dimensión más profunda y es descubrir que en lo más hondo del corazón no experimentan la presencia de Dios. Urge, pues, anunciarles a un Dios que los quiere. Que no hace ascos de sus miserias y las cubre con su misericordia. Que es imposible conocerle y no amarle, que es imposible amarle y no seguirle. Pero esto pasa obligatoriamente por una cercanía de los cristianos que formamos parte de la Iglesia, por una capacidad de escucha para interpretar lo que nos gritan las necesidades profundas de su corazón. Pero para superar radicalmente la soledad necesitan, sobre todo, una compañía que no les falle en ningún momento. Ni durante la vida terrena con sus encuentros y desencuentros, ni en la muerte. Si siguen a Jesucristo jamás se sentirán solos porque formarán parte de una gran familia, la Iglesia, en la que pueden experimentar la amistad de hermanos esparcidos por todo el mundo.
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