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Hoy en día las consultas psicológicas son muy frecuentadas. Seguramente esto se deba al proceso de secularización y a los efectos de la pandemia del covid, que no acaba de terminar.
También resulta llamativo que ante cualquier evento trágico, como el incendio en Valencia, rápidamente ... se envían psicólogos pero muy raramente sacerdotes. Lo que tiene que ver con la Iglesia se pone bajo sospecha y, en cambio, se confía casi absolutamente en la atención psicológica. Tal vez ocurre porque la gente tiene cada vez menos fe y busca ayuda olvidando la dimensión espiritual, que es, en cambio, tan importante y necesaria.
Por todo esto hemos de preguntarnos, ¿se excluyen la atención religiosa y la atención espiritual? ¿O más bien se trata de atenciones que pueden resultar complementarias?
Empecemos subrayando que entre los dos tipos de atención hay puntos en común y límites notables. La psicología y el acompañamiento espiritual, aunque son ámbitos diferenciados, pueden ser complementarios. Porque la persona es cuerpo y espíritu, que no son elementos contrapuestos, sino complementarios. Es importante, esencial, que el psicólogo y el sacerdote, cada uno en su campo, sepan qué deben atender y qué no. Porque alguien que vive con agobio un discernimiento vocacional, por ejemplo, puede ser ayudado por un psicólogo a nivel de emociones y actitudes, pero hay un campo espiritual donde es bueno que entre en juego un sacerdote. No olvidemos que la persona es una y que tanto la actividad de los sacerdotes como la de los psicólogos tiene como objetivo la integración de los diversos dinamismos de la persona.
Hay un tema que estamos tocando que resulta preocupante. Me refiero a la moda de recurrir a los libros de autoayuda o la moda del excesivo coaching. En definitiva, es un impulso narcisista porque considera al propio paciente como capaz de arréglaselas por sí mismo para superar una depresión, por ejemplo. No se advierte que, si no lo logra, puede terminar culpabilizándose a sí mismo y es peor el remedio que la enfermedad.
Con el sufrimiento tocamos un tema clave, porque muchas personas sufren neurosis o patologías semejantes a esta anterior. Como psicólogos y como sacerdotes hay sufrimientos que no podemos eliminar, y todo lo que podemos hacer es acompañar a quienes los padecen.
El sufrimiento es misterioso y no está muchas veces en nuestras manos suprimirlo, aunque siempre podemos aliviarlo. Pero no faltan ocasiones en que hemos de sobrellevarlo como mejor se puede. Pero no podemos encerrarnos en una visión absolutamente negativa del sufrimiento porque también puede contribuir a nuestra maduración personal. Cuántas veces pasar una experiencia de sufrimiento nos ha hecho más realistas en cuanto a descubrir nuestra vulnerabilidad y nos ha ayudado a madurar como personas, aunque esto no sea culturalmente amable decirlo. Eludir el sufrimiento a toda costa supone mutilar nuestra madurez. Pretender vivir en un mundo siempre en un mundo soñado, pero que no es real.
Además, para la felicidad del ser humano es importante que la familia funcione bien. La gente joven no renuncia a formar una familia donde haya armonía. Probablemente porque provienen de familias que, con sus defectos, han sido ambientes saludables. La familia es un lugar idóneo para evitar enfermedades mentales o para recuperarse de ellas.
Por otra parte, si somos católicos, importa que nuestro acompañante cuando tengamos algún problema de salud mental, el psicólogo, el psiquiatra, tenga una visión antropológica cristiana. Y si no logramos que nos atienda un profesional cristiano, al menos que reconozca y respete el ámbito de la fe. Sobre las enfermedades mentales todavía existen muchos prejuicios. Se actúa como si quienes las padecen, aunque sean episodios absolutamente pasajeros, ya quedaran estigmatizados para toda la vida. Hay que erradicar totalmente esta manera de pensar y de situarse ante los enfermos que padecen o han padecido este tipo de enfermedades.
Tener en cuenta la unión del cuerpo y del alma en el ser humano es algo que resulta fundamental, porque la antropología cristiana no separa cuerpo y alma. El proceso de divinización comienza ya en este mundo para un cristiano y culminará en la otra vida. Nunca se puede olvidar que siempre afecta a la persona en su integridad.
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