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Cada vez las pantallas son más utilizadas por personas de todas las edades. El teléfono móvil, por ejemplo, ya no se utiliza solo para hablar con otras personas o enviarles pequeños mensajes. Ahora el móvil es una enciclopedia porque es a la vez una radio, ... una cámara de fotos, una calculadora, una linterna, etc… En consecuencia ya no sólo facilita la vida sino que a veces nos la complica y mucho.
No solo los adultos, también los niños utilizan el ordenador y las tabletas muchas horas al día en las clases, para ver dibujos animados, series o videojuegos. En los días de clase los niños pequeños consumen casi cuatro horas de pantalla para el entretenimiento digital, según datos de 2017 del Observatorio Nacional de las Telecomunicaciones y de la Sociedad de la Información (ONTSI). El 94,2% de hogares con niños dispone de ordenador, el 77,6% de tabletas y el 95,6% tienen acceso a internet en la vivienda. Y seguramente estos datos ya han sido superados con creces.
Muchas familias están viviendo una situación muy peculiar: los artilugios de las nuevas tecnologías dificultan la comunicación familiar. Los dispositivos móviles están causando efectos perversos en personas de todas las edades. Las pantallas cambian el lenguaje, privan del sueño y descanso necesario y aíslan a las personas. Nos hemos acostumbrado a la inmediatez tecnológica y todo lo queremos a golpe de clic. No sabemos esperar. Tampoco estamos preparados para conseguir aquellas metas que requieren esfuerzo continuado. En algunos países como Suecia y Países Bajos, por ejemplo, han paralizado la digitalización de las escuelas y han reconocido que los libros ofrecen unas ventajas que las tabletas no pueden sustituir.
Las nuevas tecnologías han venido para quedarse. Por esto es urgente aprender a gestionar el uso de las pantallas y lograr que unan a las familias y que sirvan para el crecimiento y maduración de las personas. Igual que los libros, las pantallas, bien utilizadas, pueden ser instrumentos muy útiles para la formación personal y la convivencia familiar y social.
He aquí unas pautas que pueden ayudar a que las pantallas ocupen el verdadero lugar que les corresponde en nuestras vidas: Hay que pararse a decidir qué papel han de jugar en nuestra vida y no conformarnos con dejarnos llevar. No introducir las pantallas en nuestros dormitorios. No interrumpir el diálogo familiar en las comidas por atender al móvil. Proporcionar alternativas de ocio y tiempo libre a los más jóvenes. Rechazar una sobreinformación que recibimos por las pantallas y no podemos digerir por lo que acaba produciendo desinformación. Fomentar todo lo que tenga que ver con discernir y elegir. Querer conseguir todo a golpe de clic nos hace perder profundidad y no ejercitar la memoria. Valorar los amigos reales y no conformarse con los virtuales. Rechazar ser esclavos de los 'me gusta'. Caer en la cuenta de que quienes navegan por internet sin filtros y sin proteger su intimidad, especialmente si son adolescentes y jóvenes, son extremadamente vulnerables.
¿Cómo desenganchar a los niños de las pantallas? Podemos seguir las recomendaciones de la doctora en Educación y Psicología, Catherine L'Ecuyer. Ella recomienda recortar tiempo de pantallas para los niños. En educación hay líneas rojas que, si se cruzan, crean inercias que son difíciles de romper. Decidamos conjuntamente padres e hijos un plan de acción y seamos constantes a la hora de llevarlo a cabo. La improvisación pasa factura. L'Ecuyer recuerda que el riesgo de adicción a las pantallas es mayor en los niños que en los adultos. Porque en su edad carecen de la madurez suficiente para gestionarlos responsablemente. No basta simplemente con prohibir el uso de estos dispositivos. Hay que educar en la templanza, la fortaleza, la capacidad de inhibir estímulos, etc…
Es necesario dar alternativas excelentes: colaborar en las tareas del hogar, escuchar música, ver películas de calidad y coger afición a la lectura para hablar y escribir con propiedad. Por otra parte, familiarizarse con realidades virtuales impide vivir la fe porque Dios Padre, Jesucristo y el Espíritu Santo no son realidades virtuales. Aun perteneciendo al mundo espiritual, son reales y han de ser reconocidos y tratados como tales.
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